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LA CENA (I)

Llevaba unos seis meses trabajando en casa de Raquel y el balance no podía ser más positivo; económicamente nunca había estado mejor, tenía dinero para costearme, no solo todas mis necesidades, también para mis caprichos que generalmente eran de ropa y zapatos.

Mi relación con Raquel no podía ser mejor, entre las dos se había creado un fuerte vínculo de amistad y complicidad, reforzado por la admiración que sentía por ella; Raquel no solo era mi jefa también, de alguna manera, era mi dueña y yo me desvivía por atenderla y que ella se sintiese bien teniéndome cerca.

Por la casa habían pasado varias chicas, pero casi ninguna duraba más de una semana y yo, egoístamente, me alegraba de que así fuese ya que las otras chicas además de tener que compartir trabajo – Raquel era sería en eso y si yo me había hecho dos servicios me decía “Tere el próximo le toca a la nueva, tú te quedas aquí sentada, como si no estuvieses”- No ayudaban en nada y simplemente se dedicaban a sentarse en e sofá y ver la tele o leer revistas hasta que sonase el timbre de la puerta. De manera que si se iban al día siguiente, mejor que mejor.

El trabajo funcionaba bien tanto para los servicios normales como para los de sumisa, donde poco a poco me iba haciendo con una fiel clientela que semanalmente, quincenalmente y los más números mensualmente, venían a visitarme.

Don Mariano, mi primer cliente como sumisa, era de los que raramente faltaba a su cita semanal, es cierto que era de los clientes más duros pero la verdad es que me sentía bien con él, me daba confianza y sabía que estaba en buenas manos, nunca había tenido que utilizar la palabra de seguridad aunque estoy convencida que él sabía perfectamente llegar hasta el límite y disfrutaba sabiendo que, aún así, moviéndose en ese límite yo no utilizaría la palabra “pare”.

Un día, fiel a su cita de las tres de la tarde, sonó el timbre y salí como siempre a abrir la puerta a Don Mariano. El ritual era siempre el mismo yo, totalmente desnuda, abría la puerta de la calle estando de rodillas y besaba sus botas antes de que el cerrase la puerta, después yo me dirigía a la habitación donde le esperaba, nuevamente de rodillas, mientras él hablaba un rato con Raquel.

Aquel día mi tiempo de espera fue bastante mayor y cuando se abrió la puerta de la habitación fue Raquel quien entró en lugar de Don Mariano.

—Vamos al sofá niña, tenemos que hablar; hoy Don Mariano no va quedarse.

—Ha pasado algo? —pregunté— he metido la pata en algo?

—Vamos al sofá y ahora te lo explico todo.

Don Mariano ya se había ido y nos sentamos en el sofá, debo decir que con gran inquietud por mi parte, además Raquel era muy teatrera y le encantaba dar ese aire de misterio y mantener viva la tensión cuando me veía que yo estaba pelín angustiada.

—A ver, niña, Don Mariano me ha hecho una propuesta, y me ha dicho que tú tenías que decidir si querías o no, pero ya le he dicho que lo harás encantada — Se adelantó a mi intención de hablar poniéndose el dedo índice en la boca y chistándome—Deja que termine de explicarte. Este sábado pasará a buscarte a eso de las tres para llevarte a un chalet que tiene en la sierra. Pasarás con él la tarde y por la noche servirás una cena para él y unos amigos, me ha dicho que tendrás ayuda. Después de la cena habrá juegos durante casi toda la noche, cuando termines podrás dormir allí y al despertarte recogerás y limpiarás la casa, en eso ya no tendrás ayuda, y después el te devolverá aquí.

Se hizo un silencio después de sus palabras, mientras me miraba fijamente. Yo estaba sorprendida y, aunque surgían montones de preguntas en mi cabeza, no llegué a articular palabra.

Raquel se levanto del sofá y paso su mano de manera cariñosa por mi pelo.

—Él te explicará todo el sábado detenidamente, por eso te recogerá pronto. Ah!! Me ha dicho que no tienes que llevar absolutamente nada, solo lo puesto.

Durante los dos días que quedaban para el sábado no hice ninguna pregunta, traté de no pensar demasiado en ello, al igual que cuando tenía servicios concertados como sumisa, me había acostumbrado a no pensar en ellos y evitar imaginarme situaciones que no servían nada más que para crear intranquilidad, lo mejor era esperar a que llegase el momento y dejarlo pasar.

El sábado a las tres sonaba el timbre de la puerta, en esta ocasión salí a abrir con la misma ropa que iba a llevarme para el fin de semana.

Efectivamente era Don Mariano que me miró de arriba abajo y me dijo sonriendo — Vaya, no hay quien te reconozca, si ni siquiera pareces una putita. Está Raquel?

No esperó a que le contestase y se dirigió hacia el salón. Hablo con ella, en voz baja, un rato mientras yo me quedaba en el hall al lado de la puerta. Después de un intercambio de dinero, lo único que pude oír fue como Don Mariano decía, el domingo seguro que te daré una buena propina, estoy convencido que tu putita sabrá merecérsela. Besó a Raquel y se dirigió de nuevo a la puerta — Vamos Tere, me dijo,
empieza tu aventura.

Poco después, en el aparcamiento de la Plaza de España, entrabamos en un lujoso coche negro.

—¿Conoces Gredos? —me preguntó.

—No, me temo que no.

—Pues allí no dirigimos muy cerca de un pueblecito que se llama Piedralaves, allí tengo una finca bastante apartada de todo tipo de bullicio con una casa que te va a gustar.

—Seguro que sí – respondí, con la boca un poco seca.

—¿Estás nerviosa?

—No… Bueno, tal vez un poco.

Aproximadamente una hora después y tras habernos desviado por un pequeño pueblo y recorrido varios kilómetros por pistas forestales llegamos a una zona despejada de árboles donde se terminaba el camino para el coche y seguía una pequeña senda bien marcada. Don Mariano abrió el maletero y me dijo que cogiese las bolsas y una pequeña maleta que había en su interior. Empezó a caminar delante de mí y a unos 100 metros apareció una preciosa casa, ésta sí, rodeada de árboles.

Abrió la puerta y entramos en su interior. El interior era aún más espectacular que por fuera, dando la decoración un aire palaciego a las habitaciones. Me dirigió a la cocina y me dijo que dejase las bolsas sobre la mesa pero que continuase con la maleta. Subimos una pequeña escalera que daba acceso a varias habitaciones, en una de ellas, me dijo que dejase la maleta y finalmente abrió un pequeño cuarto donde solo había un colchón en el suelo; algo me hizo pensar que esa iba a ser mi habitación.

—Bien, ahora desnúdate completamente y recoge tu ropa, tenemos que hablar.

Obedecí y me desnude, doblé mi ropa, puse mis zapatos sobre ella y me dispuse a seguirle, abrió de nuevo su habitación y me dijo que dejase mi ropa en un rincón en el suelo, a continuación empezó a bajar de nuevo las escaleras y entramos en un gran salón donde podríamos decir que había de todo, sillones, sofás, sillas, una gran mesa en el centro y todo lo que uno podría imaginar que existiese en una sala de tortura de la inquisición, cruces (sí, he dicho bien, cruces) de San Andrés, cepos, cadenas colgando desde el techo, potros, enormes anillas en las paredes, cuerdas y un largo etc.

Don Mariano se dirigió a un gran sillón situado al fondo del salón entre dos grandes argollas y tomó asiento. Permanecí de pie frente a él. Tras unos minutos de silencio empezó a hablar.

—Voy a tratar de explicarte lo que va a suceder aquí desde ahora hasta que regresemos mañana a Madrid. Tendrás tu oportunidad de preguntar, pero ahora, hasta que termine no quiero interrupciones. En primer lugar hasta que volvamos a Madrid no vas a ser una puta, ni una sumisa a sueldo, vas a ser mi esclava y como tal espero que te comportes. Seguirás teniendo tu palabra de seguridad. Si usas la palabra de seguridad, té acompañaré a donde está tu ropa, té vestirás y esperarás en tu cuarto a que llegue la hora de regresar. ¿Entendido? —Asentí con la cabeza.

—Esta noche voy a dar una cena a unos amigos muy especiales. Son tres parejas, y cada una de ella vendrá acompañada de un esclavo. Conozco a las parejas, pero no estoy seguro de conocer a los esclavos ya que, como pasa contigo, puede ser la primera vez que acudan a una cena como ésta. En primer lugar voy a hablarte de tu cometido desde ahora hasta que nos vayamos. Dentro de un rato te irás a tu colchón y descansarás hasta que te avise. Te daré la ropa que llevarás puesta en todo momento durante la cena. Después bajo mis indicaciones prepararás la mesa y dejarás todo dispuesto hasta que lleguen los invitados. Abrirás la puerta a los invitados teniendo presente en todo momento que todos, esclavos incluidos, son mis invitados y tienes que servirlos adecuadamente; tú eres la anfitriona y tu
disponibilidad y tus ganas de agradar deben ser primordiales. Los esclavos te ayudarán a servir la cena, que estará dispuesta en la mesa de la cocina, donde has dejado las bolsas. Ellos estarán a tus órdenes, pero no olvides, en ningún momento, que son mis invitados y que tú eres la única responsable de que todo vaya bien. Supervisa, controla y sugiere, con eso debería valer. Cuando termine la cena, recogeréis la mesa, serviréis café y licores a quien os lo pida y dispondréis de quince minutos para comer lo que haya sobrado, que estoy convencido que será más que suficiente. Después de esos quince minutos os presentaréis de nuevo ante nosotros y a partir de ese momento estarás y hablo solo por ti, no puedo hablar por los demás esclavos, insisto estarás a la entera disposición de todos los invitados durante todo el tiempo que dure la velada.

—Después despedirás a los invitados, recogerás el salón para dejarlo tal y como está, fregarás todo lo que haya en la cocina y la recogerás y luego dejarás la ropa que hayas llevado en el pasillo delante de la puerta de tu cuarto y podrás dormir hasta que mañana salgamos para Madrid. ¿Alguna pregunta?

Me mantuve de pie, con la cabeza baja y evité cualquier tipo de pregunta, creo que todo había quedado bastante claro, otra cosa es como iba a salir aquello y sobre todo, como iba a salir yo de todo aquello.

—Pues métete en tu cuarto y descansa hasta que te llame, te espera una noche dura.

Me tumbé desnuda sobre aquel colchón en un cuarto terriblemente pequeño y cuya única ventana tenía unas contraventanas que impedían el paso de la luz y estaban clausuradas impidiendo cualquier acción sobre ella. No sé el tiempo que estuve allí ni las vueltas que pude dar sobre ese colchón, lo que sí sé es que no descansé nada en lo absoluto. Pasado un tiempo se abrió la puerta y Don Mariano echó sobre mi colchón la ropa que debería de ponerme.

—Vístete rápido y baja, empiezas ya a trabajar.

Tardé un poco en acostumbrarme a la luz, examiné las escasas ropas que me habían proporcionado y que consistían en un liguero negro, unas medias negras con costura trasera, unos guantes negros, un delantal blanco y naturalmente una cofia. Todo ello rematado por unos preciosos zapatos de salón con un tacón de 10 cm. Me vestí todo lo rápidamente que pude y me dirigí hacia el salón.

Don Mariano me examinó detenidamente y con un pequeño azote en el culo dio su aprobación.

—En ese aparador tienes mantel, vajilla, cubertería y cristalería para poner la mesa. Entiendo que sabes poner una mesa como si fueses
la camarera de un restaurante ¿no?

—Sí, Don Mariano— contesté.

—Pues date prisa que no andas sobrada de tiempo.

Coloqué una bonita mesa para siete personas colocando a una de ellas en la cabecera y tres a cada uno de los lados. Don Mariano examinó la mesa y solo retocó algún cubierto que no había quedado adecuadamente alineado.

—En la cocina tienes un centro de mesa, tráelo y lo colocas aquí.

Cuando entré en la cocina me sorprendí al encontrar varias fuentes perfectamente preparadas con todo tipo de alimentos, ya listas para servir. Y Un bonito centro de mesa que me apresuré a llevar al salón. En ese momento sonaron unos golpes fuertes, miré extrañada a Don
Mariano.

—Es la puerta de la calle, no hay timbre, solo una aldaba que es lo que has oído. Apresúrate y recibe a los invitados.

Me dirigí a la puerta de la casa y la abrí con una cierta intranquilidad. Mi sorpresa fue máxima ya que ante mí se encontraban tres mujeres las dos primeras que entraron, elegantemente vestidas, detrás de ellas, la tercera, llevaba cuatro bolsas, dos en cada mano. Me apresuré a recoger las bolsas de quien intuí debía ser la esclava de aquella pareja.

—Buenas noches Señoras, si me lo permiten las acompañaré hasta el salón, Don Mariano se encuentra allí esperando.

Las tres señoras me siguieron, al entrar en el salón la pareja se adelantó y se abrazaron y besaron con Don Mariano. Hicieron varios comentarios de lo lejos que estaba la casa y lo incómodo de no poder llegar hasta la puerta con el coche. La esclava quedó inmóvil en la puerta sin saber muy bien que hacer.

—¿Dónde desean las Señoras que deje estas bolsas?

—Déjalas por ahí en el suelo, en cualquier parte estarán bien. Eso lo usaremos después de la cena y nada va a estropearse.

—Tú, atontada— dijo después de hablar conmigo refiriéndose a la chica de la puerta. —Acompaña a Tere donde te diga y dejas allí tu ropa.

Miré un poco sorprendida a Don Mariano, eso se apartaba del guion, ¿Dónde tenía que acompañarla?

—La puerta de al lado de la cocina es un pequeño aseo, que deje allí su ropa.

La acompañé hasta el aseo y la dejé allí sola dirigiéndome de nuevo hacia el salón por si era requerida para cualquier cosa. No me dio tiempo a llegar al salón, de nuevo sonó la puerta de la calle y de nuevo me dirigí a recibir a los invitados. En esta ocasión el grupo era más heterogéneo dos mujeres y cuatro hombres; primero se adelantó la pareja formada por un hombre y una mujer, también muy elegantes, a los que siguió la otra mujer portando una pequeña maleta. Rápidamente recogí la maleta mientras la pareja se adelantó sin esperarme y se dirigió al salón. La esclava me miró sin saber lo que hacer.

—Espera aquí un momento— le dije. Inmediatamente la pareja de los dos hombres entraron, el más alto de ellos sin pensárselo dos veces me dio un par de besos en la mejilla y me dijo: —Tú debes ser la famosa Tere, Mariano no hace otra cosa que hablar de ti. Ya tenía ganas de conocerte— No sabía bien que hacer, así que me limité a bajar un poco la cabeza y decir gracias en un susurro.

—Les acompaño al salón, por favor, si son tan amables.

Acompañé a la pareja al salón mientras su esclavo, con otra maleta se quedaba junto a la puerta de la calle ya cerrada. Dejé a los seis invitados con Don Mariano en el salón y me dirigí a donde habían quedado los dos esclavos.

—Si sois tan amables de seguirme.

Les acompañé al aseo, en cuya puerta ya estaba totalmente desnuda la esclava primera, quien acercándose al oído me dijo que en una de las bolsas que había dejado en el salón estaba una ropa, similar a la mía que debía de ponerse.

—Pues entra en el salón y la recoges, yo no sé donde está y no puedo ponerme a buscarla, vosotros —dije a los dos esclavos nuevos— podéis dejar vuestra ropa en este aseo y si tenéis instrucciones de poneros algo lo hacéis y después os presentáis en el salón— Los dos bajaron la cabeza y asintieron.

Me dirigí hacia el salón de donde salía la esclava primera ya con su ropa entre sus brazos rumbo al aseo. Me quedé en la puerta observando.

Las Señoras y Señores rodeaban a Don Mariano en animada charla, mientras las esclavas y el esclavo se habían colocado a mi lado, ligeramente detrás de mí. Me fijé que ellas vestían exactamente igual que yo, mientras el esclavo masculino estaba completamente desnudo, descalzo y el único adorno que llevaba era una pajarita en el cuello.

Don Mariano se fijó que los cuatro estábamos junto a la puerta al fondo del salón y pidió silencio a sus invitados.

—Bien, ya tenemos al servicio dispuesto, me vais a permitir que haga unas pequeñas presentaciones para que todos conozcamos a
quienes van a atendernos esta noche. En primer lugar os presento a “tere”, de la que creo que todos me habéis oído hablar. Es, claramente, la responsable para bien o para mal del resultado de nuestra fiesta, de modo que espero que sepa estar a la altura. Naturalmente está a disposición de cualquiera los Señores y Señoras para absolutamente cualquier cosa que la soliciten— esto último lo dijo dirigiéndome una penetrante mirada.

—La siguiente es “gea”, esclava de las Señoras Laura y Luisa. Las Señoras me han comentado que, al igual que “tere” está disponible para todo lo que se la solicite.

—Luego tenemos a “ayla” la esclava de la Señora Ana y el Señor  Rafael. Al parecer esta esclava tiene aún bastantes barreras por afrontar, de manera que siempre será mejor hablar con sus propietarios antes de actuar directamente sobre ella, “ayla” lleva aún poco tiempo como esclava y a pesar de eso estoy seguro que no nos defraudará.

—Por último tenemos a “masud” al que creo que todos recordamos de la última reunión. Es el esclavo de Ramón y de Andrés. Todos recordamos su absoluta disponibilidad y magnífico nivel en todos los aspectos. Y una vez hechas las presentaciones sentémonos a la mesa y vamos a cenar. “tere” comenzar a servir.

Autora: carlita

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