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EL INTERROGATORIO DE LAS SS

Berlín, 1944, en algún lugar de la ciudad…

Era por la noche, las alarmas antiaéreas anunciaban una nueva incursión de la aviación aliada sobre la capital alemana, su estridente sonido se escuchaba en cada rincón y, minutos después, el estruendo de las bombas lo sacudía todo, como si fuera un terremoto, como si los dioses de Valhalla descargasen toda su ira contra esa ciudad del pecado, el eje del mal, la capital del maligno III Reich, el imperio del odio. En uno de los muchos sótanos que servían de refugio a los habitantes de Berlín, Trude von Hardmann se encontraba sentada en una silla, indiferente a los fuertes temblores que sacudían las paredes, el suelo y la bombilla desnuda del techo, fumando un cigarrillo mientras
cruzaba las piernas una sobre otra, haciendo que la gabardina de cuero que cubría su uniforme de coronel de las SS crujiera débilmente con el movimiento. Tamborileó molesta una de las plantas de sus botas altas contra el suelo mientras expiraba una bocanada de humo del cigarrillo, la luz parpadeó al caer una bomba muy cerca y, al final, von Hardmann se levantó irritada.

—¡Su puta madre, me cago en la jodida USAF y en la puñetera RAF!

Hizo un gesto obsceno con la mano, desafiante.

—Que hijos de puta, no me dejan vivir por el día y me quitan el sueño por la noche.

Se escuchó un gemido proveniente del otro extremo de la habitación, cerca de donde estaba Trude, en la penumbra, donde la luz de la bombilla casi no llegaba a alumbrar. Trude volvió la vista hacia allí y su enfado pareció desaparecer, para ser sustituido por una sonrisa y una carcajada.

—Aunque apuesto a que a ti tampoco te deben caer muy bien en este momento esos cabrones, ¿verdad querida?

Trude caminó unos pasos hasta la penumbra arrastrando la silla y se sentó en ella al revés, apoyándose sobre el respaldo mientras contemplaba con deleitación lo que había frente a ella. Se trataba de una mujer que se encontraba colgada y atada del techo, desnuda, con los brazos atrapados en un arnés e intentando desesperadamente mantener el equilibrio sobre una estrecha barra fija, sus piernas estaban atadas de tal forma que la obligaban a estar en cuclillas, lo cual hacía mucho más difícil que se pudiera sostener. La chica emitía penosos gemidos de súplica a través de la mordaza que le tapaba la boca y tenía los ojos vendados con una tela, por lo que no podía ver a su torturadora y eso no tenía otro objetivo que aumentar su desesperación y su miedo. Una nueva bomba cayó mucho más cerca que la anterior y todo volvió a temblar, la muchacha gritó de terror al sentir que perdía el equilibrio, la barra cayó al suelo desde su soporte y la soga que unía el arnés que aprisionaba sus brazos detuvo su caída, suspendiéndola dolorosamente en el aire. Trude chasqueó la lengua y se levantó de la silla.

—Americanas… sois débiles, no tenéis fuerza de voluntad, ¿cómo se supone que pretendéis ganar la guerra?

Trude se dirigió a una mesa cercana y tomó una fusta que había sobre ella, luego se dirigió hacia la cautiva de nuevo, que se revolvía débilmente en el aire mientras la cadena que la sostenía se agitaba y tintineaba. Von Hardmann se puso detrás de la prisionera, la postura en la que el arnés le obligaba a estar hacía que le presentase el culo en pompa, y Trude podía ver claramente sus orificios más íntimos.

—Me estoy empezando a cansar de ti, zorra yanqui.

Descargó con todas sus fuerzas la fusta sobre la vagina descubierta de la cautiva, la prisionera gritó a través de la mordaza de puro dolor. Trude se quedó unos segundos disfrutando de ese espectáculo que era ver como el sexo de la americana se estremecía, enrojecía y humedecía a causa del golpe, de como su clítoris se irritaba y palpitaba.

—Ah… es precioso.

De repente Trude se había excitado mucho, siempre le había gustado poner toda su dedicación en los interrogatorios de los prisioneros de guerra, le encantaba su trabajo y lo hacía cojonudamente, con ella el Mando sabía que los capturados revelarían su información, ya que ella era incansable, podía estar días enteros sin descanso practicando sus interrogatorios, incluso sin comer ni dormir, pues no había nada que le gustase más a Trude en este mundo que escuchar los gritos de sus cautivos, de ver como se iban derrumbando progresivamente hasta rendirse o incluso hasta fenecer.

No había llegado a coronel de las SS por su cara bonita, esto se debía a que en lo que hacía era la mejor. Trude se quitó la chaqueta de cuero y la gorra del uniforme y las puso sobre un perchero cercano, de repente tenía un calor infernal, igual que ese calor que había experimentado cuando estuvo en el frente, entre las bombas y el fuego, era casi la misma excitación, una excitación desbordante que la poseía y la llenaba de furor, de ganas de ver sufrir y retorcerse al enemigo. Trude volvió a golpear la vagina de la prisionera con la fusta, con todas sus fuerzas, más gritos, comenzó a respirar con pesadez mientras contemplaba esa escena que ella misma provocaba, volvió a golpear una vez, y otra, y otra, siempre con todas sus fuerzas, empezó a acariciarse a través del uniforme y su mano libre comenzó una frenética masturbación a través de su pantalón gris oscuro de oficial.

Después de muchos fustazos la chica americana se orinó entre terribles dolores y Trude no pudo evitar correrse al verlo, emitiendo un grito sostenido de placer y cerrando los ojos mientras presionaba con fuerza la tela del pantalón de uniforme contra su sexo. Tras recuperarse de aquello von Hardmann volvió a centrar su atención en la prisionera, que se convulsionaba lastimosamente mientras sollozaba y emitía agónicos lamentos, su sexo había quedado muy castigado por los violentos golpes de la fusta y todo el suelo alrededor de la zona estaba llena de orines. Trude sonrió y dirigió su mirada al suelo un segundo, su sonrisa desapareció de su cara al instante al ver sus botas manchadas de meado, su cara se contrajo en un gesto de ira.

—¡¡¡Serás puta!!!

Alzó de nuevo la fusta y esta vez descargó su furor contra las nalgas de la pobre chica hasta casi hacerle sangre. Los gritos de la muchacha pronto superaron al estruendo de las bombas que venía del exterior.

—¡¡Esto no va a quedar así, perra, me las vas a limpiar ahora mismo!!!

Trude desenganchó la cadena del arnés y la prisionera calló al suelo de plomo, sobre un charco de su propio meado, le quitó la mordaza y le puso una de sus botas frente a la cara.

—¡¡¡Vamos, límpiala!!!

La cautiva se echó a llorar. Trude estaba fuera de si. Sacó de su cinturón una porra eléctrica y tiró la fusta a un lado.

—¡Me tienes hasta el coño, maldita puerca americana… yo te enseñaré!

Trude puso la batería del artilugio a toda potencia y golpeó con ella a la chica, que fue sacudida por una potente descarga eléctrica que hizo que todo su cuerpo se crispase en poses totalmente antinaturales, de su boca salió un desgarrador grito de dolor insoportable y se estuvo revolviendo como una epiléptica durante casi un minuto.

—¡¿Que te ha parecido eso, eh?!, ¡¿Quieres más!?

La muchacha abrió la boca, pero parecía que estaba tan dolorida que no era ya capaz casi de pronunciar palabra, de ella solo salieron gemidos incomprensibles.

—¿Qué pasa, te gusta tanto que ni siquiera puedes hablar?

Trude la volvió a golpear con la porra eléctrica y un nuevo grito de agonía retumbó en el aire.

—¡¡¡NO, NOOO… POR FAVOR… BASTA… NO MÁS…!!!

—¿Qué dices? no te entiendo. ¡Haz el favor de hablar en alemán!

Trude le dio una tercera descarga, provocando que su martirio se repitiese de nuevo para su mayor sufrimiento.

—¡¡¡NAIN… MEIN HER… NAIN…!!!

—¡Entonces limpia la que has organizado!, ¡¡¡VAMOS!!!

Sin más protesta la chica se apresuró a lamer la bota que von Hardmann le presentaba, limpiando con su lengua los restos de agria y asquerosa orina. Cuando acabó Trude miró las botas de su uniforme con un gesto de aprobación.

—Umh… como brillan.

Trude se agachó y tomó a la cautiva por el pelo, alzándole la cabeza del suelo y acercándola a su oído.

—Ahora quiero saber si ya estás de humor para contarme todo lo que necesito saber.

Hubo unos segundos de silencio, después de los cuales la prisionera finalmente dijo, en un susurro muy débil:

—Teniente Erika Gatasby… 25o Escuadrón de Bombarderos de la USAF… New Jersey… número de identificación 23679946…

Trude lanzó un suspiro de fastidio y se volvió a levantar.

—Veo que no hemos avanzado, sigues con la misma mierda. Pero tranquila, cielo, tenemos otras formas para hacerte hablar. Vamos a ser grandes amigas, ya lo verás.

Dijo Trude von Hardmann mientras entonaba una risita sádica y se relamía.

 

Autor: Master Spintria

Ilustración: ff7sfm

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