FEMDOM Y OTRAS COSAS MENOS IMPORTANTES
Título: Femdom e altre cose meno importanti (Femdom y otras cosas menos importantes)
Autor: Martino Cossu Rocca
Editorial: Lupieditore, Sulmona, 2020
Sinopsis
La Señora Emma, La Ama: este es el pensamiento obsesivo de Francesco, un sumiso sardo de 38 años que, después de haberla servido en Barcelona y ser abandonado por Ella, tuvo que regresar a Sácer por razones económicas. Allí se reencuentra con Álvaro, un anciano amigo viudo, catalán trasplantado a Cerdeña, también de índole sumisa y obsesionado con el recuerdo de la Mujer sarda de la que fue esclavo y marido durante décadas. Afortunados en la desgracia, tienen el privilegio de recibir las atenciones de la Señora Elisa y de la Señora Bárbara, jóvenes Mujeres Dominantes que, disfrutando en someterlos, tienen entre Sus infinitos poderes el de aliviar ocasionalmente el dolor de los dos sirvientes huérfanos.
Un paseo en la obsesión, en la nostalgia y en la adoración de la Mujer, sazonado con rechazo al trabajo y con una orgullosa, perezosa inadaptación.
Autocrítica autoindulgente de una novela en otro idioma
de Martino Cossu Rocca
Al escribir unas palabras, o unas páginas, sobre mi novela, no puedo evitar comenzar agradeciendo a Lady Monique de Nemours por haber querido acoger aquí en BDSMHoy tanto a mí como a este pequeño fruto de mis centrifugaciones mentales (pero también físicas). No es la primera vez que la Señora me muestra Su amabilidad y disponibilidad, por lo que es un placer, así como un deber, agradecerle tanto como Deidad como persona.
Un motivo más para agradecerle es que, al ser este libro en italiano, el hecho de encontrar hospitalidad en
un sitio español que lleva años informando y difundiendo el BDSM en sus diversas vertientes es algo que me hace especialmente ilusión. Por otro lado, a pesar de ser italiano (y desde siempre sumiso «Femdomiano»), fue sobre todo en mis diversas temporadas en Barcelona donde pude profundizar la Femdom tanto en términos de experimentación, prácticas y «libertinaje», como en la vivencia de cuanto las dinámicas relacionales de la Femdom puedan, en algunos casos, ser emocional y sentimentalmente profundas y muy poderosas. No es que aquí en Cerdeña, desde hace algunos años, las oportunidades de encuentro y juego no hayan aumentado para los amantes del BDSM, pero, como también escribí en el libro para un sumiso sardo el entorno BDSM de Barcelona (cuyos parroquianos he escuchado en alguna ocasión quejarse porque allí el mundo BDSM no es como en EE.UU. o Inglaterra) ya era la Tierra de los juguetes.
Así, aunque la historia contada en la novela no sea autobiográfica y se desarrolle casi en su totalidad en Cerdeña, no faltan los homenajes a Barcelona. Aunque evitando referencias demasiado directas, en diferentes momentos de la narración emerge el recuerdo de Barcelona, con su ambiente BDSM y algunos momentos de Poesía que Francesco, el protagonista, más o menos como el escritor, pudo vivir ahí. Porque además uno de los puntos centrales de mi novela es mi necesidad, quizás un hábito meloso, a veces manifestado con ironía, pero en todo caso sincero, de ver a la Mujer como Poesía, por lo tanto también a la Femdom como Poesía, y el servir y todas las tareas y prácticas inherentes como actos poéticos. Eso teniendo siempre muy claro que sería un error (así como un acto de blasfemia molestamente occidental) querer definir a la «Mujer».
“Cada Mujer es el mundo a Su manera”, piensa encantado el protagonista recordando una sesión que lo llevó a reflexionar sobre la variedad de Sagradas Inclinaciones y Exigencias de las Mujeres que ha conocido y, por supuesto, de Las que no ha conocido. Lo mismo podría decirse de todas las personas, claro, aunque cuando no se trata de Mujeres personalmente lo encuentro menos interesante. Los roles de género, como cualquier definición, cualquier identidad, son relativos, culturales, constructos sociales que siempre son ideológicos, superestructuras que, en términos marxistas (y la perspectiva de Max Weber se puede integrar, todo es circular), se basan en estructuras económicas y por lo tanto relaciones de poder obviamente no consensuales, pero insisten en querer imponerse como «absolutos» y como «naturales» (bueno, todo lamentablemente tiene que ver con la economía… y no hay necesidad de profundizar el papel que tiene la religión en todo esto). He tratado aquí de simplificar en pocas palabras algunos conceptos complejos que, se me podría reprochar, en todo caso hoy en día pueden resultar bastante obvios, algo
adquirido. Pero estas son cosas que a menudo se olvidan con demasiada facilidad, quizás sin siquiera darse cuenta. O que muchos ignoran o rechazan, sumidos en los diversos lodos aburridos y tan poco fluidos de las
varias formas de esencialismo.
También por estas razones es molesto escuchar conceptos muy cuestionables que, extrañamente, de vez en cuando sigo oyendo por ahí, como «una Mujer de verdad», «un hombre de verdad», «una Ama de verdad», «un sumiso de verdad» o «un esclavo de verdad». O “la Femdom de verdad”. Claro que, en general (pero puede ser también según el momento) algunos serán sumisos y otros no, y que algunas Mujeres serán Dominantes y otras no, etc. Sin embargo, tener una cierta índole, ya sea constante en el tiempo o que se manifieste en momentos puntuales, no implica un destino preciso y detallado, un comportamiento ya escrito, un sentimiento fijado de una vez por todas. Los matices y potenciales son infinitos, y en la existencia, en los cuerpos que están vivos, los flujos no se detienen, haciendo siempre posibles las sorpresas. Siempre hay algo más. Y a quienes insisten en involucrarse con la necesidad de definiciones claras, rígidas y definitivas, les recomendaría, por ejemplo y entre otras cosas, leer una página o dos de cierta antropología cultural, o echar un vistazo rápido al segundo Wittgenstein con su discurso sobre los juegos del lenguaje (o a Michel Foucault, o a Judith Butler… pero quizás no ayudaría: la necesidad de definiciones y verdades definitivas, cerradas, lineales y no contradictorias está íntimamente relacionada con la fe, es la necesidad de un acto de fe, por lo tanto también de un principio de autoridad que describa el mundo de una vez por todas y para todos, y lo mantenga “en orden”. Se sabe que para muchas personas no es fácil salir de esta trampa consoladora).
Y pues, dado que cada Mujer es el mundo a Su manera, y siempre está evolucionando, entonces cada Mujer Dominante tendrá Su Femdom, que podrá inventar y reinventar como y cuando Ella quiera. Así de sencillo. Esta es una de las ideas que subyacen a mi novela, junto con una de sus consecuencias más lógicas: todo sumiso que tenga el privilegio de servir a una Domina, de ser Suyo, debería adaptarse a Ella, y a Ella como persona incluso antes que como Domina: adaptarse a Su Personalidad, a Sus Exigencias, a Sus Defectos y Fragilidades, a Su Placer, a Su Serenidad, a Su Complejidad, a Su Bienestar y a Su Felicidad. A Su Femdom y a Su Fluir de Poesía en todas Sus infinitas manifestaciones (todo ello dando por hecho la comunicación, la consensualidad, el respeto mutuo y todos los factores relacionados con la ética y la seguridad que conocemos bien). Adaptarse a Ella y obedecerle siendo siempre agradecido, y muy agradecido por todas Sus Felicidades, no importa cómo y de quien Le lleguen (come le escribe a Francesco Álvaro, su anciano amigo sumiso, añadiendo: «porque así, además de un sumiso decente, tú también serás mucho más feliz»). De nuevo, así de sencillo. Y sin embargo, en la práctica, a veces puede que no sea tan sencillo.
Bueno, es evidente que un camino de este tipo requiere tiempo, buena comunicación emocional, la voluntad de aprender de los errores, de mejorar y crecer tanto solos como juntos, etc. En fin, hay que trabajar un poco en ello. También es evidente que cada persona tiene en su cabeza sus propios pequeños traumas, defectos e inseguridades, e incluso ahí hay que trabajar un poco, para encontrar, si es posible, el encaje más deseable. Todo esto en general, pero hay un aspecto, aquí, que me parece particularmente interesante, un aspecto que, al menos en determinados contextos, tal vez pueda parecer desactualizado, pero, por otro lado, de los sistemas simbólicos seculares no es fácil emanciparse en un puñado de décadas, siempre existe el riesgo de que algún residuo maloliente regrese por la ventana en los momentos menos oportunos, especialmente cuando uno se siente frágil: el caso es que, de todas las invenciones de la cultura, de todas las construcciones sociales, la identidad masculina es la más ridícula y dañina.
Una identidad caracterizada, como sabemos, por un orgullo demente, por la obligación de demostrar fuerza siempre y control sobre cada situación, por la competitividad, por tener que estar siempre activo y “sujeto” y ver a los demás y al mundo como pasivos y “objetos”, por una racionalidad esencialmente depredadora, por estar obsesionado con penetrar siempre y nunca ser penetrado, por querer ridículamente poseer a la Mujer, por amar (y querer escalar) las jerarquías basadas en la fuerza, por medir el valor de uno en función de su eficiencia en el cumplimiento de todos estos y otros requisitos, y en función de la eficiencia en general. Y esto se debe, entre otras cosas, a que en la base de la identidad masculina tradicional hay un rechazo radical a la debilidad, la fragilidad, la pasividad, y como una tendencia a la acción compulsiva que muchas veces significa atacar para sentirse defendido.
Forzando el razonamiento, pero no tanto, podríamos decir que en el origen de la identidad masculina más tradicional, por lo tanto del patriarcado, hay un niño inseguro y asustado, que no ha sido capaz de convertirse en nada mejor que un guerrero, un monstruo violento, un padre de familia autoritario, un marido celoso y posesivo, un artista narcisista, un obsesionado con el conocimiento solo para poder delimitar, controlar y explotar, un matón, un capitalista, un trabajador… bueno, variantes hay muchas, aunque, obviamente y afortunadamente, en la vida real no todos los hombres son reducibles a estas características, en las diversas mezclas que son los individuos sucede encontrar muchos ingredientes en infinitas dosis diferentes (… y bueno, si en el homo sapiens sapiens la naturaleza nunca se muestra fuera de la cultura y viceversa y se puede decir que la cultura es la naturaleza del ser humano, en el fondo las diversas formas concretas de cultura surgen de la necesidad, también porque los humanos carecen del
instinto que otros animales tienen, y del miedo – a lo desconocido, al dolor y a la muerte –, y, como alguien dijo, la cultura es, también etimológicamente, colonización). No es casualidad que en la vida cotidiana se advierta que, a menudo, quienes muestran el mayor (y peor) despliegue de fuerza y masculinidad suelen ser personas íntimamente frágiles o que se sienten de poco valor. Ahora (sin olvidar que el escenario, sobre todo hoy en día, es más variado y complejo, y que una parte no pequeña de la sociedad actual, por lo menos aparentemente, ya no se reconoce mucho en ciertas identidades atávicas), todo esto, al menos en algunas si no en todas las manifestaciones, no parece muy compatible con la Femdom, especialmente en una relación D/s estable con una Domina, a menos que la Domina en cuestión decida lo contrario. Y puede suceder que, incluso el sumiso que menos se identifica con lo que culturalmente es la “identidad masculina”, y que más la rechaza, en momentos de fragilidad, debilidad, dificultad o estrés, o lo que sea, caiga en el error: del cubo de basura de su cerebro rocían astillas de mierda, es decir, sentimientos y acciones que de alguna manera tienen que ver con esa identidad masculina tradicional. A veces son cosas veniales, tal vez un poco cómicas, a veces pasa que se convierten en errores flagrantes. Lo que pasa en esos
casos es que se está manifestando lo que, en mi libro, Francesco y Álvaro llaman el maschio coglione (no creo que sea necesario traducir, pero, por el gusto, diría que “macho gilipollas” encaja bastante bien).
Tengo una pequeña teoría sobre cuál podría ser, en un contexto Femdom, una de las posibles razones de estas regurgitaciones de imbecilidad. Para ser de una Domina, en mi opinión, un sumiso debe tener un sentimiento muy fuerte por Ella, y abandonarse en Sus Manos, renunciando a todas sus barreras emocionales. Es como estar emocionalmente desnudo, totalmente expuesto, en Manos de la Ama. A partir de ese momento, se encuentra en cierto sentido en un estado de nueva fragilidad, una vulnerabilidad deliciosa que al mismo tiempo lo hace más fuerte y muy feliz. A veces se necesita tiempo para estructurar y gestionar bien este nuevo equilibrio, y en situaciones de inseguridad, nerviosismo, problemas personales, quizás impulsada, en momentos de confusión, por la misma intensidad de sentimiento, puede suceder que esa vulnerabilidad deliciosa se convierte en una sensibilidad excesiva y equivocada y, como reacción, a veces puede pasar que ese equilibrio in fieri se pierda por un momento y aparezca el maschio coglione, que la caga. No sé hasta qué punto esta teoría realmente explica ciertos fenómenos reprobables, ciertamente es parcial, habría muchos otros factores a considerar, son dinámicas complejas. Pero imagino que podría ser una de las muchas perspectivas posibles que podrían explorarse para entender ciertos mecanismos.
Lo realmente importante es que, con el fin de evitar las regurgitaciones de imbecilidad masculina de la que hablaba, como por muchas otras razones, un sumiso, o un esclavo, debería practicar una autocrítica constante. Conocerse a sí mismo, ser siempre consciente de sus acciones y sentimientos, cuestionarse a sí mismo, emprender un camino sin pausa y potencialmente infinito de crecimiento como persona y como sumiso, para poder servir siempre de la mejor manera y estar en cada momento a la altura de la Voluntad de la Ama, ahuyentar el maschio coglione y lo que sea que encuentre en sí mismo que no sea compatible con el Bienestar y la Felicidad de Ella, también porque de esta manera él también será mucho más feliz.
Este es un camino que debe hacerse incluso cuando uno no es de una un Ama, y que Francesco estaba convencido de que ya había emprendido desde hace mucho tiempo, pero que se está dando cuenta de que debe emprenderlo de una manera más profunda, rigurosa y constante, a pesar de sus contradicciones y su torpeza. “A una Ama tienes que darle todo de ti, pero tiene que ser todo lo mejor”, le dice Álvaro en un momento de charla. Desde esta perspectiva, se puede decir que un mejor sumiso es también una mejor persona, además que una persona más feliz.
Ahora bien, sobre las personas, su felicidad, su ética y su calidad de vida, habría algo más que decir. Si, en lo que respecta a la condición de los seres humanos, evidentemente hay factores determinantes, esenciales, que dependen del contexto, de los paradigmas que caracterizan las varias épocas y dan forma a los valores, acciones, sentimientos y pensamientos de las personas, como individuos, como colectividad y como masa, hay algunas consideraciones sobre la época actual que creo que podrían ser útiles para entender un poco lo que pasa en la cabeza de Francesco y Álvaro… y de mucha gente, supongo.
Por ejemplo, entre los pensadores muy críticos hacia la sociedad contemporánea, que obvia y afortunadamente no escasean, hay un filósofo y psicólogo italiano, Umberto Galimberti, que, desde hace muchos años, en sus libros (especialmente Psiche e techne. L’uomo nell’età della tecnica, de 1999), conferencias y entrevistas, insiste en que hoy el paradigma de todo es la técnica. La técnica, en pocas palabras, es siempre tener que alcanzar el máximo resultado con el mínimo esfuerzo, donde «mínimo esfuerzo»; no es necesariamente el mínimo esfuerzo del individuo, sino del aparato del que el individuo es un engranaje y al que debe adherirse y adaptarse íntimamente. Lo que hacen las empresas, multinacionales, etc., por poner un ejemplo concreto. No es casualidad que una de las frases que a
Galimberti le encanta repetir sea «el dinero se ha convertido en el único generador simbólico de todos los valores». Entonces claro, el dinero como fin, ya no como medio para otra cosa. Sin olvidar, pero, que según Galimberti “en la edad de la técnica no hay más ni amos ni esclavos, sino sólo las exigencias de aquella rígida racionalidad a la cual deben subordinarse tanto los esclavos como los señores amos”. La técnica, explica, no tiene ninguna meta específica, un poco como la voluntad de poder de Nietzsche se quiere solo a sí misma, y expandirse. Y cuando se expande como se ha expandido en las últimas décadas, sería ingenuo sostener todavía que la técnica es solo un medio que usan los seres humanos, y que no es, de alguna manera, al revés. Estamos en un contexto en que los horizontes del sentido y las formas de vivir, pensar y sentir ya no son impuestos tanto, con los diversos corolarios de principios de autoridad y represión, por la religión o por el patriarcado (por mucho que estén vivos y bien y sigan haciendo daño), por viejas ideologías o por el viejo capitalismo, cuanto por la técnica. En el siguiente extracto de un artículo de Galimberti de
2005, que, aunque no muy breve sería digno de leer, se describen algunas de las características esenciales de este contexto, que es el contexto al que Francesco y Álvaro intentan no adaptarse, en la medida de lo posible.
[…] De hecho, da la impresión, en nuestra época, de que la técnica ya no es una herramienta en manos del hombre, al contrario, en el gobierno del mundo ha tomado el lugar del hombre, reduciéndolo a un simple funcionario, cuando no un simple engranaje del aparato desplegado por ella. Si este fuera el caso, la psique humana ya no albergaría solo un “inconsciente pulsional», como Freud lo describió magistralmente, donde la sexualidad y la agresividad logran con éxito los intereses de la especie, a menudo en conflicto con los del individuo, sino también un «inconsciente tecnológico» donde una sociedad, regulada en todos sus aspectos por la técnica, pide al hombre estar perfectamente homologado al aparato al que pertenece (sea administrativo, burocrático, industrial, comercial), para no palpar su propia insuficiencia con respecto a la perfección de la máquina, y descubrirse a sí mismo como nada más que una manera deficiente de ser una máquina, una no-máquina escandalosa, un rotundo Nadie.
Y cómo el psicoanálisis, desde hace un siglo, nos ha mostrado que el inconsciente pulsional produce esa perturbación de la identidad que el Yo siente cada vez que descubre, como escribe Freud, que “no es el amo en su propia casa ”, del mismo modo hoy el psicoanálisis debería investigar hasta qué punto la técnica se acerca al Yo paso a paso, cuánto inconscientemente lo condiciona cada día más, resolviendo su identidad en funcionalidad, su libertad en competencia técnica, su individualidad en atomización, su funcionalidad en desindividualización, su especificidad en estar lo más posible en conformidad con esa cultura de masas en la que el individuo realiza a sí mismo cuanto más trabaja activamente para su propia homologación, que consiste en su reducción a órgano del aparato, a expresión del aparato, con progresiva descentralización de sí mismo y transferencia de su centro al sistema técnico que lo reconoce (es decir, le da identidad) como componente suya.
La autonomía que en el curso de la evolución el Yo ha logrado arrebatarle al inconsciente pulsional, que es el pre individual, el biológico, la entrega hoy al inconsciente tecnológico, a partir del cual el Yo se juzga a sí mismo más o menos “capaz”, más o menos “valido” en la medida de su integración más o menos exitosa. Pero decir integración significa mirarse a sí mismo desde el punto de vista del aparato y, por tanto, evaluarse a sí mismo tanto más positivamente cuanto menos uno es uno mismo.
Esto explica por qué en la era de la técnica se convierten en hegemónicas esas “psicologías de la adaptación” cuya invitación implícita es ser cada vez menos uno mismo y cada vez más congruente con el aparato. Tales son el cognitivismo que invita a ajustar las ideas de uno y reducir sus «disonancias cognitivas» para armonizarlas con el ordenamiento funcional del mundo, y el conductismo que invita a adaptar los comportamientos de uno, independientemente de sus propios sentimientos e ideas que, si no son conformes, sólo se toleran si son privados y cultivados como rasgo original de su propia identidad, siempre que no tengan repercusión pública. Esto crea esa
situación paradójica en la que «autenticidad», «ser uno mismo», «conocerse a uno mismo», se convierten, en el régimen de la funcionalidad de la era de la técnica, en algo patológico, como puede ser el estar centrado en uno mismo (self-centred), la escasa capacidad de adaptación (poor adaptation), el complejo de inferioridad (inferiority complex). Esta última patología sugiere que los que no están adaptados son inferiores y, por tanto, que “ser uno mismo” y no renunciar a la especificidad de la propia identidad es una patología.
Y en todo esto también hay algo de verdad, en el sentido de que tanto el cognitivismo como el conductismo, como psicologías de conformidad, asumen como ideal de salud precisamente ese ser conformes que, desde un punto de vista existencial, es en cambio el rasgo propio de la enfermedad.
Por su parte, los individuos, al interiorizar los modelos indicados por el cognitivismo y el conductismo, rechazan cualquier proceso de individuación que no sea funcional al aparato técnico, para no descubrirse como simples máquinas defectuosas que nunca alcanzan la eficiencia requerida.
Este es el punto de partida de esa patología, cada vez más extendida en la actualidad, que solemos llamar “depresión”, que, sin embargo, ha cambiado de forma en la era de la técnica. De hecho, como en el pasado, ya no tiene su origen en una experiencia de “culpabilidad”, como todavía se puede leer en todos los manuales psicoanalíticos y de psiquiatría, sino de una experiencia de “inadecuación” e “insuficiencia” con respecto al grado de funcionalidad requerida por el aparato técnico. Pasados como somos de una «sociedad de la disciplina» como era la que caracterizó la era pre-tecnológica (donde la neurosis era un conflicto entre el deseo que quiere romper la norma y la norma que tiende a inhibir el deseo), a una “sociedad de la eficiencia».
Y cuando el horizonte de referencia ya no es según lo que es “permitido”, sino según lo que es “posible”, la pregunta que surge en el umbral de la vivencia depresiva ya no es: “¿Tengo derecho a realizar esta acción?”, sino: “¿Soy capaz de llevar a cabo esta acción?”. La vivencia de la inadecuación, la principal causa de depresión en la era de la técnica, activa la adicción psicofarmacológica, donde las promesas de omnipotencia se asemejan a las que hacen que las drogas sean populares y generalizadas. El fármaco-adicto y el drogadicto son en realidad dos variantes de ese tipo humano que nunca se siente suficientemente sí mismo, nunca suficientemente lleno de identidad, nunca suficientemente activo, nunca al nivel de desempeño que le requiere la exigencia de eficiencia de la sociedad técnica.
Estos rasgos chocan con la imagen que la era de la tecnología requiere de cada uno de nosotros. Y así, la conciencia de este cruel fracaso en términos de responsabilidad e iniciativa, o incluso simplemente del fracaso en la explotación de una posibilidad, amplifica inexorablemente los confines del sufrimiento y de la inadecuación que están presentes en toda depresión y que los modelos de eficiencia dominantes hacen aún más dolorosos y a veces incurables.
Aquí necesitamos una reflexión profunda que permita al psicoanálisis elevarse a la altura del «malestar de la civilización» [o “malestar en la cultura”, siendo en original una referencia al título italiano del texto de Freud, «Il disagio della civiltà”], que hoy ya no es tanto el generado por el inconsciente pulsional, sino sobre todo el generado por el inconsciente tecnológico que, en la perfección de la máquina, indica con suficiente claridad el alcance de la inadecuación humana.
Este es el contexto en el que nos encontramos, y es, como se mencionó, al que Francesco y Álvaro intentan no adaptarse. Del rechazo de lo que es la vida en la era de la técnica y de la eficiencia y funcionalidad como valores supremos, surge su «orgullosa, perezosa inadaptación». Y por lo tanto su rechazo al trabajo es ante todo un rechazo a la ideología del trabajo tal como es hoy en la era de la técnica. El trabajo como fuente de identidad y dignidad: uno es alguien (o algo) si trabaja, y tiene un valor si trabaja. Si el trabajo (la mayoría de los trabajos) es proporcionar constantemente a un aparato las prestaciones que exige, que es precisamente lo que en la era de la técnica se requiere de todo ser humano, es evidente como el trabajo se ha convertido en el tema fundamental para la vida de prácticamente cualquier persona. Y esto mucho más allá de la necesidad económica de sustento, que a veces parece casi secundaria, y de las inclinaciones y posibles «vocaciones» que puedan tener las personas, que a lo mejor son útiles como informaciones en una perspectiva de profiling para poner a cada uno en su lugar, y estableciendo cuanto sea utilizable, en los varios contextos.
Recuerdo una entrevista de hace unos pocos años a un trabajador de la FIAT que, antes despedido por estar afiliado al sindicato metalúrgico y luego reincorporado gracias a una sentencia, recibía su salario sin trabajar porque la dirección no lo quería en la fábrica. Aparentemente, tal vez dependa del montaje, no se quejó muchísimo de este acto de arrogancia del poder, pero después de describir las duras condiciones en la cadena de montaje, los turnos de noche, la alienación, concluyó diciendo que sin todo esto ya no se sentía un hombre. Y es solo un ejemplo, porque hay mucha gente que hace discursos similares, en entrevistas o en la calle, si hablas con alguien. O sea, como si dejando de funcionar para un aparato se dejara también de ser humanos. Ser un engranaje eficiente no solo como la principal, si no la única, forma de orgullo y dignidad, sino también como la única forma de humanidad.
Vas por ahí, hablas con alguien y te hablan de trabajo, escuchas los discursos de la gente de tu alrededor y el 90% habla de trabajo. Por supuesto, es cierto que hay trabajos que no se reducen a aparato y eficiencia, pero el problema aquí es en qué se ha convertido el ser humano, íntima y antropológicamente.
Galimberti propone ocasionalmente el ejemplo de Franz Stangl, director del campo de exterminio de Trablinka, muy eficiente en hacer su trabajo. En el libro de Gitta Sereny En esas tinieblas, un libro que de hecho deja consternación en más de una ocasión, el resultado de una meticulosa investigación y unas setenta entrevistas con el propio Stangl, además que con otras varias personas involucradas en los eventos cubiertos, hay un diálogo entre Sereny y Stangl en el que ella, un poco frustrada por su insistencia en que lo que estaba pasando no era su responsabilidad, que él solo estaba trabajando (y mientras tanto miles morían cada hora), le pregunta si él no podía cambiar nada de esa situación. «En su posición, ¿no podría acabar con los desvestidos, los azotes, los horrores de esos corrales de ganado» ¡No, no, no! Ese era el sistema. Wirth [Christian Wirth, comandante del Campo de exterminio de Bełżec y uno de los principales arquitectos del programa para exterminar a los judíos de Polonia, la conocida como Operación Reinhard] lo había ideado. Funcionaba. Y cómo funcionaba fue irreversible. Galimberti comenta así:
[…] Si, antes de indignarnos por tal defensa, reflexionamos sobre el hecho de que los autores de estos delitos, o al menos muchos de ellos sin los cuales el órgano de gestión criminal no podría haber funcionado, no se comportaron en las situaciones en las que cometieron sus crímenes de manera muy diferente a cómo solían comportarse en el ejercicio de su trabajo y cómo cada uno de nosotros es invitado a comportarse al iniciar nuestro trabajo en una organización, entonces comprendemos cuán, en sociedades tecnológicamente avanzadas, es difícil, si no imposible, crear las condiciones para el nacimiento de una ética de la responsabilidad.
De hecho, la división del trabajo que imperaba en el aparato de exterminio de Treblinka y que hoy existe en toda estructura empresarial asegura que, dentro de un aparato de producción tecnificado, el operador no solo se vuelve irresponsable, sino que incluso se le niega el derecho a la mala conciencia, porque su competencia se limita a la correcta ejecución de una tarea circunscrita, independientemente de que, al concatenarse con las otras tareas circunscritas previstas por el aparato, su acción conduzca a la producción de armas o al suministro de alimentos. Al limitar la acción a lo que en la cultura tecnológica se llama button pushing (presionar botones), la tecnología
elimina el principio de responsabilidad personal de la ética. Y esto se debe a que quien presiona el botón lo presiona dentro de un aparato donde las acciones están tan integradas y condicionadas mutuamente que es difícil determinar si quien hace un gesto está “activo” o está a su vez “activado”.
Desde una perspectiva como la de la técnica, y del trabajo como valor absoluto, personas como Stangl, o como Adolf Eichmann, uno de los principales responsables de organizar la solución final, que también estaba simplemente haciendo su trabajo (la banalidad del mal, ¿no?), son ejemplos perfectos de trabajadores diligentes, así como también, y es una paradoja solo hasta cierto punto, modelos a seguir para los jóvenes. Por otro lado, sabemos que las multinacionales piensan y actúan como individuos psicopáticos, y de hecho tienden a funcionar muy bien, también gracias a todos sus diligentes trabajadores.
Entonces, si crecer, ser personas maduras y responsables, significa adaptarse al mundo y aceptar las tareas que éste impone, Francesco y Álvaro intentan de alguna manera ser adultos o viejos y al mismo tiempo seguir siendo niños, o adolescentes, apartándose del aparato tanto como puedan. No todo lo que se nos vende como «responsabilidad» es auténtica responsabilidad, nada se debe a ningún aparato, ser eficiente no es un valor en sí mismo. La principal responsabilidad que asumen Francesco y Álvaro, aunque cometan errores, es la de respetar a los demás como personas, y de esa derivan otras posibles responsabilidades. Y, si lo que uno es depende de lo que hace y cómo «funciona», ellos rechazan, cada uno a su manera, identidades específicas, graníticas y definitivas que puedan calificarlos, relativizando el principio de realidad y jugando con él lo suficiente para que no se sientan parte del aparato, de la «Máquina».
Está claro que la «Máquina» no está sólo en el trabajo, en la economía, en la burocracia. La técnica también parece dar forma al tiempo libre, a la vida privada, a las relaciones, porque está siempre presente y porque es el paradigma interiorizado no sólo y no tanto de lo que hace el ser humano como de lo que debe ser y, en gran medida, de lo en que se ha convertido. Y que, de diferentes formas y matices, siempre ha sido, siendo la técnica algo inherente al ser humano.
Aunque desde una perspectiva bastante diferente a la de Galimberti, Carmelo Bene afirmó:
La «Máquina» es ese mecanismo que lleva a hombres y mujeres a ser parte integral del trabajo burocrático también y sobre todo en el tejido -rejilla de hierro- de los vínculos familiares, más allá de la misma «auténtica» y estranguladora cadena de montaje. Es ese monstruo que empieza a seguirnos en cuanto se respira el primer suspiro de alivio, la tarjeta de salida ya sellada, la cena fría que nos espera tristemente en la mesa de casa. El trabajo, de hecho, parecería estar detrás de nosotros, una pesadilla despierta, pero… sin embargo, caminando por la calle, adormilado por la
hora tardía, el crujido de los dispositivos mecánicos reaparece de repente a escondidas; y luego se vuelve más apremiante, acuciante, palpitante… se asocia al grito indiferente de las relaciones humanas; ni siquiera se desliza lánguido bajo el efecto de la copa de la tarde… al contrario, incluso se asoma en la miseria de un encuentro fugaz, el devaneo del viernes… y acaba tocando el cajón junto a los utensilios de cocina domésticos, el mismo que nos espera en el umbral – verdugo- escondido detrás de la puerta de casa.
Pues eso, la «Máquina» siempre está ahí, estamos dentro de ella incluso en nuestro tiempo libre, incluso en nuestros sentimientos. Las vacaciones requieren organización, burocracia, optimización del tiempo. La diversión es obligatoria, uno tiene la tarea de ser eficiente y rendir incluso en la relajación y el disfrute. También el placer, la promiscuidad, el libertinaje, con demasiada frecuencia parecen «funcionar» según criterios de eficiencia y performatividad, el hedonismo se convierte en algo técnico, como si, incluso en las interacciones más rápidas y efímeras, uno no estuviera tratando con otra persona, sino con una entidad que se presume que pertenezca a una determinada tipología, y que debe proporcionar el desempeño esperado y exigido. Si «funciona», entonces es el equivalente a un buen producto, de lo contrario no vale nada. De maneras (quizás) diferentes y algo más complejas, es más o menos así en todas las relaciones entre personas, como amistad, amor (y no es necesariamente diferente en el caso de los lazos familiares)…
Tendemos a pensar y sentir por “perfiles”, perfiles que sirven o que no sirven, que funcionan o que no funcionan, como si las personas no fueran polifacéticas, complejas, una sopa de potenciales diferentes en la que siempre hay más de lo que vemos y creemos conocer, y en la que siempre queda algo misterioso e inefable, irreductible y fluido. Ahí sí, que el individuo busca el menor esfuerzo como si fuera un aparato, no en su trabajo, sino en sus relaciones. Galimberti dijo en una entrevista: “El amor es la categoría de la vida, pero conlleva una condición de gratuidad: hoy faltan las condiciones para el amor porque, en el predominio del interés como valor, la gratuidad es ridiculizada y vista con desdén, como algo patético. […] Hace falta que la gente entienda que el amor es una obra de arte, significa descubrir el secreto del otro, sentir curiosidad por él, en su continua iridiscencia”. Yo diría que eso vale para todas las formas de amor, y me atrevería a decir que también podría aplicarse, según como y mutatis mutandis, a una follada rápida con una persona desconocida o una sesión BDSM con alguien a quien quizás nunca volvamos a ver. Pero
bueno…
En paralelo, el arte parece reducirse a ese talento que es mera dominación de la materia, es decir, competencia técnica que maneja equipos más o menos tecnológicos, en perfecta armonía con las máquinas y los objectos. En cualquier caso, el arte se reconoce como tal solo cuando tiene un mercado y una visibilidad, aunque sean mínimos y en entornos reducidos, de esos más o menos elitistas o underground. Cada obra de arte tiene su propio público de referencia, al que reconfirma las ideas que ya tiene y al que, en definitiva, consuela. El arte sobre todo consuela y distrae, en la edad de la técnica, y no quiere ofender a nadie. Y cuando parece no importarle ofender o perturbar, en la mayoría de los casos simplemente es una ficción. Dice Daniele Luttazzi, un satírico que durante muchos años han hecho desaparecer de la televisión italiana: “Si nunca te encuentras con algo que te ofende, significa que no vives en una sociedad libre”.
La ética y las formas de respeto por el otro también parecen consistir principalmente en «consuelo», y en formalidades, y haberse reducido, en general de forma coherente con la reducción de la responsabilidad individual, a listas de prescripciones, de cosas que hacer o no hacer, decir o no decir, como un manual de instrucciones en el que cada vez hay menos rastro de la complejidad y de los matices que pueden tener las personas, de la variedad de la vida e incluso del lenguaje, con todos sus juegos posibles y con las infinitas resonancias de cada palabra, y en el que la problematización se reduce a encerrar a las personas en categorías, conjuntos y subconjuntos, y reglas de gestión del tráfico, o de la oficina, para que nadie ofenda a nadie, porque todos tienen que ir a trabajar, dentro y fuera del lugar de trabajo, hay tantas cosas que hacer y nadie debe sentirse ofendido, el aparato tiene que funcionar, todos necesitan su identidad clara y productiva.
Francesco y Álvaro, sumisos e individualistas, de un individualismo ético y entregado al juego, con todas las diferencias entre ellos reivindican, cada uno por su cuenta y de vez en cuando juntos, entre risas, su pereza y el rechazo a la eficiencia forzada. Para ellos, la única eficacia Sagrada es sólo la que debe demostrarse al servir a la Ama. Al servir a una Ama se pueden cometer errores, pero el compromiso nunca debe fallar, hasta reducir los errores tanto como sea posible y, quizás, eliminarlos por completo, pero nunca será como la eficiencia que requiere un aparato, no es técnica. Un sumiso altamente eficiente tal vez pueda compararse con un artesano, un apasionado y devoto exponente de la artesanía que consiste en servir a la Ama Que adora. Y esto no tiene nada que ver con la «Máquina», sino con el placer, el cuidado, la adoración y el amor. El amor como obra de arte del que habla Galimberti, algo que Álvaro en su vida logró vivir plenamente con su esposa y Ama. Así, ambos seguirán cultivando su propia inadaptación personal, aun sabiendo que tarde o temprano tendrán que pagar las consecuencias. Y, probablemente, conscientes de que el propósito de no ser parte de la «Máquina» está condenado al fracaso. Bueno, al menos el fracaso puede ser una forma de ineficiencia, jejeje.
Por otro lado, como habría dicho el autodefinido «genio sin talento» Carmelo Bene, citando a su amigo Gilles Deleuze, On n’échappe pas de la machine. Y habría añadido, Carmelo Bene: “Esa nada que nos asalta, la opresión de la cadena de montaje que se vuelve obsesiva, haciéndose cada vez más fuerte en la carretera que recorremos, en el tranvía, en el coche, y luego en casa, en la familia, incluso en el amor, en la revolución aún más y, sobre todo, la opresión se siente, se resiente, en el entusiasmo”.
He intentado, ciertamente no sin ser demasiado prolijo (pero todo es relativo), dar una idea de algunas de las cositas que – más o menos explícitamente o como subtextos – espero que haya en mi novela, también considerando que muchos de ustedes no la leerán por muchas buenas razones, o por lo menos porque está en otro idioma. También hay algo más, en el libro, como sesiones de BDSM descritas en detalle, rellenas de perversiones muy lindas y Poesía “Femdomiana”; sentimientos tan poderosos que necesariamente terminan burlándose de sí mismos; un poco de caca aquí y allá, que siempre hace reír, y que siempre tiene un poder simbólico que la gente olvida con demasiada frecuencia. Y otras cosas más, pajas mentales variadas, un poco de nihilismo, etc. pero en última instancia lo que hay o no hay en el libro tendrá que ser dicho por los eventuales lectores.
Aun así, para concluir este derrame de palabras y paréntesis, quisiera subrayar que la novela es también, yo creo, la historia de una amistad. Francesco y Álvaro, individuos de edades y orígenes muy diferentes, dos sumisos que han adorado, amado, servido y perdido, cada uno con formas y tiempos muy diferentes, y que no pueden dejar de sentir y vivir la huella que las respectivas Mujeres y Amas han dejado en ellos. Se apoyan, se entienden, tienen una visión en el fondo similar de la vida y de la Femdom, se consuelan, se regañan, incluso con dureza, pero logran comprender en profundidad las razones de cada uno, o en todo caso lo intentan, incluso hasta las extremas consecuencias. En ellos conviven y se entremezclan el cariño entre amigos y la hermandad entre sumisos. La hermandad entre sumisos, diría yo, es un valor a cultivar, aunque no siempre es fácil de conseguir. Sin embargo, si se consigue, es uno de los posibles antídotos para la típica competitividad masculina – y no solo masculina, dado que la competitividad ahora parece ser un valor para todos y en todos los contextos –, y una de las pruebas de que la Femdom, cuando se vive de cierta manera, ayuda a mejorar a las personas.
Y aquí me detengo. No sé si algún día habrá nunca una edición en español, pero sería bonito, yo creo. “Bau”.
Biografía Martino Cossu Rocca:
Martino Cossu Rocca nació en Ozieri (SS) el 18 de mayo de 1980.
En 2007 escribió y dirigió su primer cortometraje Becciu e il pollo. En 2008 se licenció en Filosofía en la Universidad de Sassari con una tesis titulada Sessualità e dover essere. Il rapporto individuo-società a partire dalla psicologia dell’omosessualità di Alfred Adler (“Sexualidad y deber ser. La relación individuo- sociedad a partir de la psicología de la homosexualidad de Alfred Adler”).
Entre 2008 y 2009 estudió en Nou Prodigi, escuela de cine de Barcelona, donde colaboró en la realización de numerosos cortometrajes y escribió, dirigió y editó el mediometraje El Rey del bocata.
En 2010, su relato Sposerò Paris Hilton (“Me voy a casar con Paris Hilton”) se fue incluido en la antología de escritores emergentes Giovani Blues. Sulle orme di Pier Vittorio Tondelli, publicada por Edizioni Amande de Treviso.
Después de una temporada, entre 2010 y 2011, trabajando en la oficina de informes del Consiglio Regionale della Sardegna (Consejo Regional de Cerdeña, el órgano legislativo de la región), en 2012 fue segundo ayudante de dirección en la película Dimmi che destino avrò (título internacional My Destiny) de Peter Marcias.
En los últimos años ha estado involucrado en la realización de su primer largometraje, ¡DIOSA LAIA!, también centrado en la Femdom y actualmente en espera de distribución.