SUELAS ROJAS XXVIII
Parte XXVIII
Carlos se despertó con orina de mujer, caliente, llovíendole sobre el rostro. Apenas se detuvo el chorro llegó a ver la entrepierna desnuda de la joven oficiala que le humillaba de esa manera, parada sobre la reja, antes de moverse para hacer lo mismo con los otros internados de su cuadrilla: “Mierdas, ¡despiértense que tienen que trabajar!”
Érika tenía estatura y complexión atlética similar a las otras oficialas, una cabellera larga y rubia que usaba suelta, y una sonrisa sádica permanente en su bello rostro de ojos azul cielo. Casi tan severa como María, su buen humor constante hacía que quien no la conocía bien no pensase que era tan firme como disciplinadora de hombres, pero ciertamente lo era. La humillación y la burla constante al género inferior eran su firma, pero no se privaba en nada de aplicar castigos físicos para imponer rigor.
Sin posibilidad de sacarse el olor a orina, la cuadrilla fue hacia su lugar asignado en el campo para comenzar el trabajo. Eran las 5:50 de la mañana. Los parlantes, con voz fría y femenina advertían, una y otra vez: “Tienen poco tiempo para llegar al lugar asignado y comenzar el trabajo. Quién no llegue a tiempo por la circunstancia que fuera, será severamente castigado.”
– “¡Cómo si no estuviéramos castigados ya!”, pensó para sí el interno 3572. Afortunadamente, estaba impedido de hablar, y su pensamiento no se transformaría en castigo.
Como la oficiala de la tarde-noche anterior, Érika se ensañó con él, gracias a su aparato de metal y el cable que le pasaba entre los testículos. Se ponía las más de las veces a sus espaldas y sin darle aviso le enviaba las descargas, para reírse a carcajadas y mofarse de su situación de completo sometimiento: – “Esto ni siquiera es un hombre, ¡si apenas se arrastra como un gusano! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!” No pasaba ni media hora sin que la amazona rubia volviese a él y le dedicara su ‘atención’, humillándolo cada vez más. El resto también tenía lo suyo, sobre todo cada vez que alguien se volteaba a verla, o a espiar que le hacía a los demás.
Tras seis horas de infierno, el turno de la sádica oficiala Erika acabó, pero la esperanza de los reos se esfumó por completo apenas ella los mandó a alimentarse con la inmunda ‘sopa’, pues María, imponente, volvió a aparecer. Ahora montada en un caballo blanco, con un látigo y fusta en mano y otros dos azotes de mayor tamaño y grosor sujetos a la montura.
– “¡Hola querida! ¿Cómo estás? Te dejo a 3572 y su pandilla. ¡Son un amor de cuadrilla de esclavos!”, la recibió la siempre sonriente Érika.
– “¡Vaya! ¿El estúpido ese se ha hecho notar contigo también? Se cree un pedante por llevar aparato metálico, pero yo le sacaré las ganas.”, le contestó con tono furibundo la magnífica María.
Carlos escuchó toda la conversación, aterrado. No podía explicar nada. Tampoco resistirse. Se sentía mal por toda la paliza ‘eléctrica’ que le había dado su capataza de la mañana, y la severísima mujer a cargo de quien estaría las próximas seis horas venía mal predispuesta, ¡y el ni podía hablar!
Como era de esperarse, el interno 3572 se sentía peor conforme avanzaba la tarde. El calor, los fustazos, los azotes, los últimos con un temible bullwhip rojo, las descargas eléctricas, hasta de grado 4, la descompostura por la sopa y, sobre todo, su impiadosa carcelera, que no cesaba de imponerle un ritmo de trabajo inhumano.
Cuando llegaron las seis de la tarde Carlos no pudo ni llegar a las piletas para alimentarse. Quedó tirado en el suelo, exhausto por el castigo recibido. Con un dolor tremendo en los intestinos, fruto del asco que le producía el caldo nutritivo que tenían por única comida y bebida y de las descargas eléctricas recibidas. Su espalda, trasero y partes posteriores de sus muslos, un lienzo lleno de líneas rojas dibujadas con crueldad por su inflexible cancerbera, dispuesta a obtener eficiencia a cualquier costo.
Lucía, que justamente había sido promovida, entre otras cosas, por la idea de dejarle al reo el aparato de castidad metálico, tomó su turno al frente de la cuadrilla, pronto se dió cuenta de que 3572 no estaba en condiciones de seguir la tarea. Con placer hubiera seguido con el castigo con la excusa de obligarlo a seguir trabajando hasta finalizar con el desgraciado, pero consideró tal vez no sería bueno para su carrera en la Fundación H.E.M.B.R.A. tener tal incidente en su primer turno. Tampoco podía dejarlo allí, sin que siguiera trabajando, porque quebrantaría la disciplina del grupo, por lo que decidió aplicar el ‘protocolo médico’.
– “3572 tienes permiso para expresarte sin quitarte tu mordaza. ¿Tienes un dolor que te impide seguir trabajando? ¿En qué parte?”
Él, como un tonto, movió la cabeza en sentido afirmativo, haciendo un sonido gutural tratando de decir que sí, y otro, señalándose el frente del abdomen, que era lo que más le dolía, aunque el dolor se esparcía por todo el cuerpo, y era ardiente en toda su parte trasera.
– “¡Flojo como todo hombre!”, dijo ella despectivamente. “Pero nuestra Fundación mantiene sus altos valores aún con delincuentes tan bajos como tú. Ve al pabellón médico, al lado de las barracas, y que te vean. Ya lo informo en el sistema, para que ninguna guardiana te castigue por estar haciendo nada. Pero no pierdas el tiempo, aún queda mucho trabajo por hacer y apenas empiezo mi turno.”
Él se inclino respetuosamente ante la muchacha, que llevaba el mismo peinado e indumentaria que cuando lo subió al transporte para llevarlo al pavoroso lugar que el siempre tanto temió. Y gimió un patético ‘gracias’, ininteligible por la mordaza que ocupaba toda su cavidad bucal.
Caminando lo más rápido que pudo, llegó esperanzado al pabellón médico, esperando que al menos lo libren por unos días del brutal castigo, o que tal vez le cambien el aparato por el que todos llevaban, o tal vez… No sabía bien que, pero esperaba que esas mujeres mejoren su condición en alguna forma, al menos temporalmente, para después seguir con su año de infierno. Él ya tenía tan rotas todas sus esperanzas, que hasta con eso se conformaba.
De pronto, quedó confundido. Apenas había dos puertas: una decía ‘Medicina Ginecológica’; la otra, ‘Veterinaria’. No había más. Tampoco había visto animales en el establecimiento. ¿Será que así los consideraban? De hecho cumplían esa función arando el campo, pero ponerle así al lugar donde les darían atención médica…
Emseguida una mujer como de unos 35 años, de pelo castaño y ojos marrones abrió la segunda puerta y despejó sus dudas. Vestida de blanco, con guantes de látex y barbijo lo llamó por su número: – “3572, por aquí.”
Dra.Ochoa
Veterinaria
Fundación H.E.M.B.R.A.
Para Carlos ya era motivo de terror ver esa combinación de colores y letras desde el día que había visto la van de Big Sister Security Services en su casa, aunque eso ya le parecía una vida idílica y lejana comparado con la que sufría ahora.
– “En la camilla, boca arriba.”
A pesar de la parquedad con que se conducía la doctora, la pulcritud inmaculada del consultorio lo hizo sentir mejor por un instante. Ella palpó el abdomen, buscando un apéndice inflamado que no encontró, y urgó poco más, sin encontrar nada. Luego le dijo: – “Sentado.” Y le apoyó el estetoscopio en la espalda por unos segundos.
Finalmente, le señaló una puerta distinta a la de entrada: – “Por allá.” Tenía un cartel que decía ‘Enfermería Veterinaria’. Él, sumisamente, intentó darle las gracias guturalmente por la brevísima revisación, agachando la cabeza. La doctora Ochoa continuó señalándole la puerta, ahora con una expresión de desprecio, mientras hablaba por el teléfono interno: – “15, le haces las curaciones, le das un analgésico, y lo dejas comer. Tú, 3572, apenas termine 15 contigo, te vuelves a tu cuadrilla.”
Él obedeció, caminando con la cabeza gacha, todavía muy dolorido, sin saber que iba a encontrar aún más horror tras la puerta. Pasó a un pequeño cuarto con una camilla. 15, un hombre de unos sesenta años, con la cabeza gacha y la mirada triste y perdida del que no tiene esperanzas, le indicó por señas que se acueste boca abajo. También portaba la mordaza reglamentaria, pero no tenía aparato de castidad… ¡porque ‘allí’ no había nada! Su idea de ser transferido a otras tareas dentro del penal se derrumbó. Primero, porque la doctora Ochoa lo había mandado de vuelta a la cuadrilla apenas termine su curación. Segundo: ¡eso estaba reservado para eunucos!, según acababa de descubrir. El escalofrío por el terror que sintió alivió sus dolores por el momento, mientras el viejo le limpiaba y desinfectaba la espalda. Luego de unos minutos, lo hizo sentar y le metió un líquido por el agujero de la mordaza: seguramente era el analgésico prescripto por la veterinaria.
Mientras tanto, la doctora Ochoa llamó al móvil de Lucía: – “Mira, para saber si tiene algo habría que hacerle estudios que la Fundación muy sabiamente no autoriza para estos delincuentes, pues no lo valen ni por lejos, y con tanto por hacer es lógico no malgastarlo en animales enfermos. Del mismo modo, tampoco hay aquí internaciones, así que aunque no esté para trabajar, igual te lo envío, pero llévalo con cuidado si no quieres que colapse en tu turno. Después de todo, he visto que mañana temprano vuelve María. De seguro ella se encargará y no tendrás que soportar a este cerdo de nuevo.
Lucía le agradeció. Al fin y al cabo era su primer día tras el ascenso y aún tendría nueve reos con quienes ejercitar el poder que la Fundación H.E.M.B.R.A. le había conferido. Cuando Carlos volvió de su visita médica, solo lo apremió verbalmente para que siga en sus tareas, pero no hizo uso, con él, ni del azote ni del aparato de descargas.
CONTINUARÁ…
Autor: Esclavo josé