S/M EN EL CINE
La historia del cine está llena de recovecos que guardan gratas sorpresas para los interesados en el sadomasoquismo. Diluidos en el maremágnum que supone la oferta cinematográfica mundial, se encuentran cientos de títulos, olvidados por la mayoría espectatorial y continentes de imágenes dolorosas, tantas como las que podemos hallar en los considerados géneros puros, a veces desapercibidas en su contextualidad dramática.
GÉNEROS Y SUBGÉNEROS: S/M PARA TODOS LOS PÚBLICOS
Igual que en casi todas las películas hay un beso, en casi todas las películas hay una hostia bien dada. La serie «A», que engloba las películas de presupuesto generoso, destinadas a un circuito comercial amplio, no se quedan mancas en ese aspecto. No vamos a hilar tan fino como para afirmar que las bofetadas de Bud Spencer o las discusiones entre Katherine Hepburn y Cary Grant en «La fiera de mi niña» (‘Blinging up baby»; Howard Hawks; 1938) son expresiones sadomasoquistas, pero hemos de reconocer que las alusiones a la disciplina del dolor son frecuentes en producciones convencionales, desde las relaciones disfuncionales en parejas cómicas, como las formadas por Stan Laurel y Oliver Hardy o Dean Martin y Jerry Lewis, hasta las torturas infligidas a los héroes del péplum.
Sin ir más lejos, la flagelación más larga de la historia del cine se encuentra en «El hombre del Kentuckv» («The Kentuckian»; Burt lancaster; 1956), y el merecedor es el protagonista y, curiosamente, también director de la película. Conscientes de la imposibilidad de citar aquí todas las cintas relacionadas con el tema podemos hablar de la perversa «Myra Breckinridge» (Michael Serne, 1970) sobre la novela de Gore Vidal, con Mae West, Raquel Welch y John Huston; de la inefable y genial «La naranja mecánica» («A clockwork orange»; Stanley Kubrick; 1971); de la melodramática «Maîtresse» (Barbet Schroeder; 1975); del estudio humano que plantea el clásico «El sirviente» («The servent», Joseph Iosev, 1963), con el siempre brillante Dirk Bogarde; de la estética de cuero y el salvajismo expuesto en la fascista -y no por ello menos buena «Mad Max. Salvajes de autopista» («Mad Max»; George Miller; 1980); de la famosísima escena de «Un hombre llamado Caballo» («A man called Horse»; Elliot Silverstein; 1970), en que Richard Harris ve descarnados sus pezones; de las perversiones británicas que muestra «Servicios muy personales» («Personal services»; Terry Jones, 1987); del fetichismo absoluto de «Tamaño natural» (Luis García Berlanga; 1973), con Michel Piccoli compartiendo su vida con una muñeca hinchable, o, en la misma onda, aunque más siniestra, «Bilbao» (Bigas Luna; 1978); de las estrangulaciones y la emasculación, ya de lleno en terreno erótico, que universalizó «El imperio de los sentidos» («Ai no corrida»/»l’ empire des sens»; Nagisa Oshima; 1976); de la tortuosa relación entre Peter Coyote y Emmanuelle Seigner en «Lunas de Hiel» («Bitter moon»; Roman Polanski; 1992); de la cera caliente que Madonna vierte sobre Willen Dafoe en la penosa «El cuerpo del delito» («Body of evidence»; Uli Edel; 1992); de la malsanía que se respira durante el visionado de la excelente «Madre Juana de los Ángeles» («Matka Joanna od Aniolow»; Jerzy Kawalerowicz; 1961), basada en el mismo caso, el de las endemoniadas de Loudun, tratado en la escandalosa «Los demonios» (»The devils»; Ken Russell; 1971), etcétera.
Lo dicho, podríamos llenar páginas y más páginas mencionando películas en las que los personajes se redimen por el dolor, o se vengan perversamente, o son castigados por sus actos… En nuestra próxima entrega nos centraremos en el género terrorífico, uno de los más íntimamente ligados a nuestros intereses; de momento, baste este apunte como recordatorio de la omnipresencia del componente sadomasoquista en toda historia humana, lo mismo real que de ficción.
UNA MENCIÓN PARA EL CINE CLASIFICADO «S»
La trastienda de todas las industrias cinematográficas suele contener verdaderas perlas del arte basura y de la psicotronía; obras coyunturales e irrepetibles, alojadas en el insondable baúl del desprejuicio y, en muchos aspectos, infinitamente más interesantes que las producciones destinadas al consumo masivo, fundadas éstas sobre la base de una corrección política tan hipócrita como despreciable. El cine español, víctima en toda su extensión y hasta hace muy poco de un proverbial descrédito por parte del gran público, también cuenta con una cartera de producciones caracterizadas por la desvergüenza y la manufactura de saldo. Estamos en la España de 1978, y el ciudadano de a pie se halla ávido de mostraciones hasta ese momento inéditas para sus ojos, merced a una dictadura que impuso un enfermizo código de moralidad. País de oportunistas, varios productores y distribuidores complacientes le darán al público lo que pide, y pronto la violencia y el sexo gratuitos poblarán las pantallas con, o preferiblemente sin, coartada cultural. Es el nacimiento de una categoría fílmica legal, exclusiva de la piel de toro y creada en una tramposa maniobra del Gobierno de centro.
Hablamos del cine clasificado «S», hoy ya epígrafe descriptivo para la mayoría de las piezas que engloba y entre las que se inscriben unas cuantas que aquí nos atañen, sea por su falta de prejuicios en la representación de las más bajas pasiones, sea por su voluntad exclusivamente violenta, pero muchas veces adscribible al terreno de las perversiones sexuales. Mentadas en capítulos anteriores aquellas cintas que desarrollan su acción en cárceles para mujeres y campos de concentración (algunas de ellas, clasificadas «S» a su llegada a la península), cabe destacar ahora obras importadas por aquel entonces, como la exitosa «Calígula» («Ilnto Bress»,1979), que trovaba las hazañas del abyecto emperador, «La ceremonia de los sentidos» (Antonio D’Agostino, 1978), «El país del sexo salvaje» («paese del sesso selvaggio»; Umberto Lenzi; 1971), «Justine de Sede» («Justine»; Claude Pierson; 1972), o «Las sádicas» («Death game»; Peter Traynor; 1976) con Sondra Locke, la que fuera esposa de Clint Eastwood, materializando una venganza en una historia que se remedaría más tarde con producción nacional con el título de «Viciosas al desnudo» (alias «Dos orquídeas para un hombre solo»; Manuel Estebe, 1980), con Jack Taylor como víctima y Adriana Vega y Eva Lyberten repartiendo.
Siguiendo con las producciones nacionales, ahí están las que Jesús Franco parió en aquella etapa, tocas ellas carentes de la menor intención artística o de calidad y aburridas hasta el hastío. En el engendro «La mansión de los muertos vivientes» (1982), la última película clasificada «S», una Eva León de pocos afeites permanecía amarrada a una cama como una bestia de corral; en «Confesiones íntimasde una exhibicionisa» (Candy Coster -seudónimo de Una Romay, pero indisociable del nombre de Franco-; 1982), Lina Romay se improvisaba ama cachonda y, en la penúltima escena de la película, antes de que todo se revelase como un absurdo espectáculo de cabaret, frotaba su sexo sobre el cuerpo muerto de Jasmina Bell (seudónimo de Elisavelero), en la mítica «Macumba sexual» (1981), Ajita Wilson era Tara, una exótica reina bruja del placerm con territorio marcado para practicar sus aficiones; y, si hay que citar más títulos del realizador, pertenecientes al cine «S» y centrados en el S/M, ahí están «Botas negras, látigo de cuero» (1982), fantasías eróticas con forma de «thriller»; las «Cartas de amor a una monja portuguesa» («Die Liebesbriefe einer Portugiesichen Nonne; 1977), sobre una comunidad de religiosas satanistas, «Gemidos de placer» (1983), basada de nuevo en un texto del Marqués; y «Eugenie. Historia de una perversión. De Sade 2000» (1980), sobre la perversión de una jovencita, «remake’ de su propio filme «De Sade 70» (1969), y no como alguien ha indicado de su homónimo de 1970 con Soledad Miranda.
Toda la obra de Franco, no sólo la encuadrada en el cine «S», está minada de relaciones de dominio y sumisión, así como de utillaje y parafernalia sadomasoquista. En números venideros, en un capítulo dedicado a nombres propios, desglosaremos con más fruición la filmografía del pródigo realizador. La clasificación «S» murió a finales de 1982 con el advenimiento de Pilar Miró, sirvió como antesala de la legislación que trajo a España el cine «X» y se convirtió en eficaz reclamo de taquilla hasta el punto de que, pese a que en el Ministerio de Cultura constan 424 títulos registrados como «S», los aficionados han encontrado hasta un centenar más que ostentan la dichosa letra, probablemente debido a la picardía de distribuidores y exhibidores, sabedores del tirón comercial que representaba.
A quien quiera adentrarse en la festivalera filmografía «S» me permito recomendarle el trabajo «E´S´paña erótica. Historia del cine clasificado «S»», una guía comentada de toda la producción, firmada por Joe Krankol y Tomás Pérez Niño, y uno de los libros más friquis que servidor ha leído nunca; en él, los textos y las opiniones que se intentan expresar van más allá de cualquier predicción de nulidad, pero el volumen sirve como listado para obtener pistas sobre los títulos que pudieran interesarnos. A partir de ahí, como de costumbre, cada uno deberá recorrer videoclubes de arrabal o pasar las madrugadas sentado ante su televisor por si acaso -como hace un par de temporadas- alguna de las privadas opta por sublimar su nivel de basura habitual con joyas de nuestro agrado. No es fácil, que tengan suerte.
Autor: Ruben Lardin, para la Revista SadoMaso.
akrata
Aunque estas son buenas películas, hay mucho estereotipo y distorsión de nuestro sentir en el BDSM en el cine y en la sociedad en general, seguramente por eso.
Es buen artículo. Gracias