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MORBO EN LA BIBLIOTECA

Que buenos recuerdos me trae la biblioteca de mi facultad, recuerdos de interminables horas de lectura y estudio en un templo de silencio, paz y tranquilidad, rodeado de estanterías y estanterías que son la despensa del conocimiento de todas las ramas de la ciencia y de la literatura, es un santuario del saber, un oasis en medio del desierto donde todo el que se acerque es bienvenido, y es, ante todo, un sitio recogido y pacífico, alejado del mundanal ruido, donde la fantasía puede volar con sus propias alas, donde entre el crujir de las paginas al ser pasadas, de los rasgados de los bolígrafos y los lápices, del sonido sordo de los gruesos volúmenes al ser depositados en sus estanterías nace un erotismo casi místico.

Aun recuerdo esa vez, era por la tarde, el sol había comenzado su declive en el horizonte, y sus rayos se filtraban por los amplios ventanales que iluminaban los pasillos de estanterías, alumbrando mi lectura, que realizaba de pie, en el pasillo de estanterías, ojeando un volumen que había extraído de la estantería en frente mio. Tan atento estaba a mi lectura que casi no reparé en su presencia, ella, mi Ama, apareció junto a mi con el sigilo de un gato y, por encima de mi hombro, curioseó en mi lectura. Cuando reparé en su presencia me sobresalte un poco y pegué un respingo, me enfrasco tanto cuando leo que pierdo toda noción de lo que pasa a mi alrededor. Ella sonrió, parecía divertirse con mi reacción de ratoncito asustado, también llevaba un libro en las manos, no pude evitar devolverle la sonrisa, sin duda estábamos hechos el uno para el otro, compartíamos nuestra pasión por las letras… y otras más secretas.

—¿Qué lees cielo?

Me preguntó con esa voz tan dulce que me hipnotizaba.

—Es para un artículo que quiero escribir.

Ella asintió con aprobación. Y se quedó mirándome fijamente. Intenté continuar con lo que estaba haciendo, pero sentía sus ojos clavados en mi, y eso me hacía sentir desnudo, sabía lo que estaba pensando, sabía que me estaba devorando con la mirada, que, de alguna manera, sus ojos veían por debajo de mi camisa, de mis pantalones, de toda mi ropa, y que me veía desnudo, ese pensamiento hizo que me excitara, que me sonrojara, que me pusiese ansioso, se me da muy mal disimular. Ella me leía como yo lo hacía con el libro abierto que tenía en las manos. Se puso detrás de mi y pude sentir que me cogía el culo con su mano derecha, estrujando mis nalgas. No pude evitar lanzar una exclamación.

—¿Sabes lo que me apetece ahora, viéndote así?

Sus manos comenzaron a subir por mi espalda, metiéndose bajo mi camisa para buscar mi piel, mientras sentía su aliento en mi oreja.

—Quiero violarte aquí mismo, querido.

Esas palabras, pronunciadas en un tono lleno de sensualidad me desarmaron, podía sentir como una excitación salvaje se apoderaba de mi, morbosa, una mezcla de emoción y de miedo ante la situación en la que estábamos, mi parte racional luchaba por imponerse a mis instintos más primarios, que me gritaban que me abandonase a aquel delirio desenfrenado que ella me prometía, el libro abierto temblaba en mis manos mientras ella me acariciaba el cuerpo bajo la ropa, mientras me lamía y mordía el cuello y las orejas, mientras que silenciosa y lujuriosamente me cubría la piel de besos y de caricias.

—Mi Ama… ugh… voy a enloquecer…

Ella se rio.

—¿Aún te estás conteniendo, cielo?

De repente sentí sus manos en mi sexo, que estaba ya muy duro, lo agarró con firmeza y lo estrujó, me obligó a gemir por lo bajo.

—Mira, te voy a prestar un marcapáginas, para que puedas dejar el libro tranquilo.

Ella se separó de mi un momento y, al poco, puso algo entre las páginas de mi libro. Cuando vi que era el corazón me dio un vuelco: eran sus bragas, un sexy tanga de color rojo, ligeramente húmedo.

Cerré el libro rápidamente y miré a ambos lados del pasillo, para asegurarme de que nadie nos había visto, estaba en máxima tensión, sentía que si no fuera muy joven me daría un ataque cardíaco entre la excitación y el nerviosismo ante el temor a que alguien descubriera lo que estábamos haciendo.

Ella me dedicó una sonrisa traviesa y me quitó el libro de las manos, poniéndolo en su sitio mientras me indicaba que guardara silencio con un dedo sobre los labios.

—Luego vendrás a recogerlo de nuevo, vamos a un sitio algo más “privado”.

Me tomó de la mano y me condujo escaleras abajo hasta el piso inferior, el lugar más tranquilo y menos concurrido de la biblioteca, que no tenía tantas ventanas y que ofrecía muchos puntos ciegos para hacer todas las travesuras que ella tenía en mente. Nos metimos en un remoto pasillo entre dos estanterías de enormes volúmenes, y ella me tomo de los hombros y me hizo arrodillarme. Se levantó la falda y pude ver todo su sexo frente a mi, ella estaba como yo, sonrojada, jadeante, muy excitada.

—Cómeme.

Como un obediente esclavo me quité las gafas y hundí mi cara en su pubis, penetrándola con mi lengua, rotándola en su sexo, lamiendo su clítoris. Ella jadeaba rítmicamente, por lo bajo, procurando no gritar, pues aunque esa era una planta de la biblioteca muy tranquila se escuchaba cerca que había personas cerca en las mesas de estudio, escribiendo, leyendo y hablando en susurros. Aquello era una locura, y me encantaba, quería disfrutar de ese morbo, de esa locura. La comencé a devorar con pasión, mi lengua iba tan rápido que parecía deslizarse como una anguila dentro de su vagina, la sacaba empapada de saliva y de sus jugos para dar enérgicos lametones en su clítoris, ella tuvo que morderse una mano para contenerse.

—¡AAAAAAAHHH… QUE BIEN LO HACES AMOR MIO…!

Sus ojos eran los de un animal salvaje, hambrientos de placer, desorbitados. Comenzó a desnudarse de cintura para arriba mientras se acariciaba los pechos, incitándome, y yo no cesaba de darle placer, hasta el punto que me costaba respirar. Ella acabó por tumbarme en el suelo y sin ninguna clase de miramientos se sentó en mi cara, de cuclillas, y mi cara quedó pegada por completo a su coño mientras ella se frotaba contra mi rostro, cada vez con más energía, mientras mi nariz y mi lengua la penetraban y le prodigaban las caricias que la catapultaron al orgasmo.

¡AAAAAGGGHHH… ME CORROOO…!

Y se vino sobre mi cara, inundando mi boca con sus fluidos de placer, que tenían un efecto afrodisíaco poderosísimo, y que me pusieron tan duro que mi pene ya amenazaba con romper mi bragueta. Ella se percató de ello y ni corta ni perezosa se dió la vuelta para realizar un delicioso 69.

—Sigue cielo… voy a darte placer también…

Obedecí y mientras volvía a empezar mi trabajo con la lengua ella liberó mi polla y comenzó a lamerla, a chuparla y, finalmente, se la metió en la boca, en un movimiento de vaivén. ¡Su boca era tan exquisita, sus labios tan confortables!, era como si me la estuviera mamando una verdadera diosa, era un placer celestial, como estaba tan excitado no tardé mucho en correrme, fue una corrida poderosa, con una eyaculación muy abundante, pude notar como ella recibía el semen en el fondo de su garganta, y como lo tragaba, despacio, sin derramar nada.

—Voy a morir… —alcancé a decir. Perdí el conocimiento por un instante, y, cuando me repuse, ella estaba sobre mi a horcajadas, me había quitado la camisa y me lamía el torso desnudo. Me dedicó una tierna mirada llena de deseo.

—Vamos a hacerlo… quiero sentirte dentro…

Tomó mi verga con sus expertas manos y la condujo a su sitio, justo al interior de su húmeda, caliente y acogedora vagina. Una vez nos sentimos conectados no hicieron falta palabras, la naturaleza movió nuestros cuerpos en nuestro coito, mientras nos besábamos con pasión, con amor, enajenados de lujuria. Con una profunda estocada acabé en el mismo interior de su útero, y, a pesar de haberme corrido mucho hace tan solo un rato, lo inunde, y pude sentir como ella tenía unos fuertes espasmos que me escurrieron hasta la última gota de esperma, como si su sexo estuviera sediento y necesitara beber ese liquido con desesperación. Con un gemido agónico y sostenido nos derrumbamos uno sobre el otro, y permanecimos así unos minutos, sin importarnos nada que podríamos ser descubiertos así, aún unidos sexualmente, por cualquiera que le diera por mirar por allí en ese momento.

Cuando nos recuperamos ayude a mi Ama a levantarse y a vestirse de nuevo, y juntos nos adecentamos lo mejor que pudimos el uno al otro. Cuando acabamos ella me colocó contra la estantería y me besó apasionadamente en la boca. Unos pasos se escuchaban cerca y un chico apareció al final del pasillo, nos vio, pareció alterarse, y volvió por donde había venido, disimulando, en plan no he visto nada. Nuestro beso duró una eternidad, y, al separarnos, solo podíamos sonreír. Nuestro amor era una locura, y nos encantaba.

 

 

Autor: Master Spintria

Ilustración: aarokira

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