24 HORAS
Otro día más. Aquí estoy yo, en este frío y húmedo sótano. Mis manos atadas a la espalda por un correaje que se cruza sobre mi pecho. Parte de mi rostro, cubierto por una máscara de cuero, y mi boca y nariz, tapadas por una mascarilla también de cuero. Un tubo flexible salía de la mascarilla y se perdía en el techo. Estaba unido con la planta superior, más concretamente con el servicio de mi Señora.
No sé qué hora es, sólo sé que entré aquí por la noche, tras nuestros juegos, cuando mi Dueña se enfadó y se cansó de jugar con mi cuerpo, tras darle el placer que me requería y que la hacía dormir mejor. Pronto sabré que un nuevo día ha llegado. Entre sueños, oigo los finos tacones de sus sandalias entrando en el cuarto de baño.
De pronto, un líquido caliente y de fuerte sabor y olor me llega a través del tubo, casi me ahogo. Abro todo lo que puedo la boca y comienzo a tragar el caliente líquido, que es su orina.
Para eso es el tubo que está unido a su cuarto de baño, para mí, su servicio particular y para sus amigas, que cuando orinan en aquel artilugio, que es como una escupidera sin cisterna, no saben adónde van sus meados y el porqué de que la Señora tenga el capricho de que orinen allí en algunas de sus visitas. Porque aquello, sólo sirve para la orina. Es parte de mi deseada sumisión.
Yo soy su esclava, su perra, su orinal particular, mientras estoy en casa, que es casi siempre. Sólo la abandono cuando voy a visitar a mi familia, ir a la compra, de paseo (con Ella) o soy entregada a otras personas como prostituta de lujo. Así contribuyo a mantener la alta economía de mi Dueña. Aunque este caso no es muy frecuente, sólo cuando tiene que complacer a algunos representantes de empresas vinculadas a la suya.
Siempre me presenta como una prostituta (cara) contratada para todo y además muy complaciente. Nunca como una amiga. Otras veces, cuando está muy cachonda, le gusta que me pasee donde las putas baratas y me sigue para entrever cómo le como la polla a algún desconocido en un coche.
Luego quiere que le cuente los detalles mientras la masturbo y se enfada diciéndome que es como si le pusiera los cuernos. Así son nuestros juegos, siempre buscando el morbo hasta el límite. Dentro de un buen rato llegará, tras su ducha matutina, para que le prepare el desayuno.
Aún tengo el sabor de su orina en mi boca, cuando la oigo llegar. El sonido de sus tacones lo envuelve todo. Llega hasta mí, desengancha la mascarilla de mi boca. Al fin puedo respirar aire un poco más fresco que el que respiré durante la noche. Una bofetada, esta mañana no se ha levantado de muy buen humor. Seguramente está cabreada por haber tenido que dormir sola. A veces, soy algo negligente.
Me ayuda a levantarme. Mis rodillas flaquean, pero consigo mantenerme de pie. Poco a poco me voy incorporando, recta, lo más derecha posible y de puntillas, como a Ella le gusta. Engancha unas pinzas en mis pezones, que van unidas a una cadenita que Ella porta en sus manos y tira de mí. Avanzo, tropiezo con el primer escalón, aún llevo la máscara y no le he cogido bien las medidas al lugar, ni creo que nunca se las coja. Tira de mi pelo y de la cadena de mis pezones, hasta que me incorporo totalmente y vuelvo a mi erguida posición. Sigo subiendo hasta llegar al salón del piso superior.
Siento frío, la mañana está fresca. Me lleva hasta el jardín, tengo que hacer mis necesidades y Ella siempre sabe cuándo, nunca pregunta. Orino y siento la fría hierba rozando mi culo. Tiemblo. Me levanta y me lleva hasta la cocina. Me quita la máscara y el correaje. Me ordena preparar su desayuno, son las primeras palabras que me dirige en el día. Ella, mientras, me espera en la terraza del jardín. De puntillas, le llevo el desayuno, me arrodillo y se lo sirvo.
Una vez hecho esto, me ordena asearme. Sin quitarme las pinzas metálicas de los pezones, me dirijo al pequeño cuarto de baño de los invitados y me doy una ducha, que me reconforta y me prepara para un nuevo día de servicio. En una percha está la ropa que he de llevar cuando salga. Ella la ha elegido, así como el calzado de altísimos y finos tacones que tendré que llevar durante el día de hoy. En la percha sólo hay un diminuto delantal de sirvienta y unas medias para ligueros, pero sin los ligueros. Me suena el juego.
Los zapatos, en esta ocasión, son unas finas sandalias con sólo una delgada tirilla de cuero en la parte delantera. Por detrás, otra que se anuda sobre el tobillo. Me maquillo, suavemente, como a Ella le gusta. Sobre mi esbelto cuerpo, un perfumado body-milk, que le da suavidad, y un fragante aroma. Me miro al espejo, le gustaré.
Las altas sandalias (con las que a otra persona poco entrenada le costaría mantener el equilibrio), las medias con costura posterior (pero sin los ligueros, seguramente se irán cayendo conforme ande), mi pubis depilado (comienzan a verse los primeros pelillos al nacer), mis altivos pechos (talla 95 a los que les he maquillado el pezón, con un pintalabios de un suave tono marrón), mi joven rostro con una ligera capa de maquillaje, el rabillo de los ojos bien contorneado y mis carnosos labios rojo fuego. Me coloco el delantal y vuelvo a mirarme. Sí, le gustaré.
Salgo del baño y me encamino hacia el jardín, mis manos atrás y la mirada baja. Ella no está, seguramente ha ido a vestirse para ir al trabajo.
Recojo el servicio del desayuno y me encamino con él hacia la cocina. Sobre un pequeño tablón están mis obligaciones del día. Vaya, hoy tendré que hacer la compra, de ahí el juego de las medias.
Comienzo la mañana con el fregado de la cena del día anterior y el desayuno, luego tendré que hacer la cama, limpiar el polvo, el suelo y luego salir a la compra al súper. Estoy con el fregado, cuando aparece Ella. Rápidamente dejo lo que estoy haciendo, me arrodillo ante Ella, con mi cara pegada al suelo, rozando sus zapatos. Me ordena limpiárselos con mi lengua. Termino y me pregunta si va bien conjuntada, a lo que le respondo afirmativamente. Ella tiene muy buen gusto, pero siempre le gusta saber mi opinión y por norma a Ella le gusta que sea sincera. Antes que esclava, también soy amiga y amante a la vez.
Antes de irse, me quita las pinzas pequeñas de mis pezones, me encojo y sonríe. Me anuncia un jueguecito para que me entretenga. Tengo que reconocer que nunca le falta imaginación. La distracción del día de hoy consiste en unas bolas chinas con un pequeño motorcillo incorporado, que queda soportado en una cadenilla de oro que llevo en mi cintura. Me las introduce, las pone en marcha a una velocidad media, de momento lo soporto bien.
Hace mucho que no orgasmo y tengo mi vagina muy sensible, aunque sé que esto nunca me hará alcanzar el orgasmo. Me comenta que mi desayuno está en la nevera, un trozo de pastel de chocolate que sobró de la merienda de la tarde anterior y café. Ella se marcha, la acompaño hasta la puerta y le entrego el portafolios que está junto a la entrada. Se despide de mí con un suave beso en los labios y un “Pórtate bien”. La observo hasta que llega a la entrada, me encanta su contoneo, su clase, su elegante estilo, lo femenina que es. La adoro.
Vuelvo a la cocina y sigo con el fregado. Me encamino hacia su dormitorio y comienzo a recoger lo esparcido la noche anterior durante nuestros juegos. El látigo que acarició mi espalda, mis muslos, mis pechos y mi culo, está en un rincón. Sobre la cómoda encuentro las pinzas que usó en mis pezones, las toco y rozo con el dorso de la mano mi pezón. Aún me duele un poquito, me encanta recordar cada momento.
Cierro los ojos y recuerdo la mordedura de la pinza y como Ella tiraba y tiraba, hasta que me regaló con un roce de sus labios sobre los míos. Las cuerdas que me inmovilizaron, la mordaza que ahogó mis quejidos, las velas que adornaron mi cuerpo con regueros de cera de colores, las muñequeras para que mis manos no se atrevieran a dejar mi espalda, el vibrador con correas que se introdujo en mi culo y que ofreció un placer momentáneo a mi vagina, la fusta de la que aún tengo sus marcas cuando acarició con fuerza mis nalgas. Todo esto va a un bolso de cuero que Ella llama “el set” y que cuando viajamos siempre viaja con nosotras.
Recojo del suelo las altas botas de cuero negro mate con altos tacones de aguja y las guardo en el zapatero del armario, que está repleto de su colección de calzado. Los miro todos, paso las yemas de mis dedos por ellos, cierro los ojos y vuelvo a notar el sabor de sus suelas, de su fino cuero. Vuelvo a sentir la presión de los tacones en mis pechos, mi vulva, mi vientre, mi culo, mis muslos, mis pies, mi cara…
Sobre su sillón está el sujetador de PVC y el tanga que utilizó la noche anterior. Me llevo el tanga a la nariz, aspiro el suave aroma de su néctar, dulce, agradable, exquisito. Ahora siento las bolas vibrando en mi interior, me toco. Hace unas dos semanas que tuve mi último orgasmo, pero rápidamente retiro la mano de mi entrepierna. Me está prohibido sentir placer, si no es con Ella. Podría hacerlo y Ella no se daría cuenta, pero no lo hago por Ella, lo hago por mí.
Retiro las prendas de nuestros juegos y las tiro al canasto de la ropa para lavar. Me cuesta tirar a ese lugar el tanga y su perfume, pero tiene que estar listo para volver a recibir el jugo de mi venerada Diosa, que lo empapa gracias a mí, al placer que yo le procuro. Sobre la cama no encuentro su camisón de dormir. Esta noche ha dormido desnuda y esto me hace sentir un escalofrío a lo largo de mi espalda, ¡Cuánto hubiera dado por estar con Ella…!
Estiro la ropa de la cama, la arreglo con mesura, con devoción casi. Allí descansa el cuerpo por quien suspiro y respiro. Termino, lo miro todo bien, todo está en su sitio y bien limpio. Si no lo estuviera, Ella se daría cuenta y quizás no me dejaría dormir con Ella, como ocurrió la noche anterior. Limpio su cuarto de baño, paso sobre mi cara la toalla que ha usado y huelo su cuerpo. Lo recojo todo, limpio la bañera, el bidet, el water y la escupidera que apaga mi sed, la tenga o no. Salgo, todo está en orden.
Me encamino al salón para limpiar el polvo. Las bolas en mi vagina empiezan a fastidiarme un poquito, siento algo de placer, pero más que eso es irritación, y aún las tengo que llevar cinco horas más hasta que Ella regrese. La bayeta lustra lo que ya está impecable. Ahora el suelo. En nuestra casa no se usa fregona, sólo un cubo con agua y jabón, una bayeta y mis rodillas. Rodillas que aún están algo doloridas después del castigo de esta noche. Pero cuando vuelvo a sentir dolor sobre una de las partes que
Ella ha castigado, también la vuelvo a sentir a Ella. Siempre presente, para mí y sólo para mí. La amo y Ella me ama. Para limpiar el suelo, bajo las medias hasta mis tobillos, no me gustaría romperlas. Termino con el suelo. Vuelvo a mirarlo todo, el suelo brilla, hay orden por todas partes y todo en su sitio perfectamente, como a Ella le gusta. Miro el reloj, se me ha hecho un poco tarde.
Voy hacia la cocina, cojo la lista de la compra. Estiro bien las medias hasta mis muslos, no paran de bajarse mientras ando de aquí para allá. Me quito el delantal, cojo la gabardina, mi monedero -yo soy quien lleva las cuentas de la casa- y desnuda bajo la gabardina, salgo a la calle. Mientras ando, vuelven a bajarse las medias, me paro y en una esquina, discretamente, me las ajusto. Los hombres se vuelven a mirarme, es raro hoy en día ver a una mujer joven con mis altas sandalias. Mi culo se contonea en exceso, mis pechos se bambolean con cada paso y cada cincuenta metros he de pararme a ajustarme las medias.
Cuando lo hago, me agacho y mi escote es más que agradecido, rara es la vez que no se escapa un pecho de su escondite.
Llego al súper y me dirijo a la frutería, nos encanta la fruta. Miro la lista: naranjas, manzanas, kiwis, plátanos y ¡fresas!, mi fruta favorita. Hoy hay regalo. Mientras el frutero me va dando bolsas, me agacho a ponerlas en el suelo, mis pechos salen a tomar el fresco, el chaval que no pierde detalle y a mí que no me importa.
Voy por los pasillos del súper cogiendo lo demás. Las medias se me han vuelto a bajar hasta los tobillos. Miro hacia un lado del pasillo y hacia otro, no hay nadie, el establecimiento está bastante tranquilo hoy. Para ajustarme bien las medias y que me duren arriba lo más posible, me abro la gabardina totalmente y me las subo lo más que puedo, coloco mejor el motorcillo de las bolas y llevo mi mano a la entrepierna para ver si éstas están bien colocadas y no se han movido.
Vuelvo a mirar a un lado y a otro, sigue sin haber nadie y me abro un poco más la gabardina. Me encanta sentirme así, desnuda en lugares públicos. Miro hacia arriba y veo una de las cámaras de seguridad que está enfocando directamente hacia mí. Miro, sonrío y me cierro lentamente la gabardina. Vuelvo a coger las bolsas y le lanzo un beso al guardia de seguridad, que seguro me está observando a través de la cámara, porque ésta me sigue conforme me marcho con tranquilidad. A veces me asombro de lo cachonda que soy.
Llego a la caja y la chica me mira inquisitivamente con su estudiada sonrisa, un chaval que está a su lado no me quita el ojo del escote que, como ya es costumbre, sigue siendo igual de generoso. Termino, para casa. De nuevo de camino, la misma historia. Parada aquí, parada allá, para ajustarme las medias que no paran de bajarse. Seguro que Ella se está imaginando la escena y se calienta, luego se lo tendré que contar con todo detalle, le encanta.
Llego a casa, me quito la gabardina y a la cocina, a ordenar lo comprado. Llaman a la puerta, me asomo por la ventana, veo un mensajero que porta una docena de rosas rojas, es cosa de Ella. ¿Me atrevo o no me atrevo? Sí, es lo que Ella quiere. Totalmente desnuda abro la puerta.
El chaval se queda boquiabierto. Le digo que espere un momento. Me vuelvo, meto la mano en la gabardina que cuelga en el perchero, saco mi monedero y le alargo la propina. Cierro lentamente la puerta y lo dejo allí plantado con los ojos como platos. Nada más cerrar la puerta, me apoyo sobre ella y me río. Ya tiene algo que contar a los amigos que, seguramente, no se lo creerán. ¡Cómo disfrutamos de estos juegos! Luego se lo contaré y nos reiremos juntas. Busco un jarrón para meter las rosas en agua, me pincho con una de las espinas. Ella siempre pide las rosas con espinas, sin ellas no se ría lo mismo, pierden encanto.
Suena el teléfono, es Ella. Me pregunta si me ha gustado el detalle de las rosas -”me ha encantado, te quiero”, “y yo” me responde-. Me avisa que vendrá con una compañera de trabajo a comer a casa, me dice que prepare algo suave para almorzar y que, por favor, me vista normalmente -yo soy una compañera que está estudiando en la ciudad-, pero que no me quite las bolas, que eso quiere hacerlo Ella. Bien, algo rapidito, sólo tengo media hora. Espárragos de primero, pescado de segundo y frutita. Preparo la mesa y a vestirme.
Justo cuando termino, oigo abrirse la puerta. Voy a su encuentro. Un beso en la mejilla y otro a la amiga cuando me la presenta. Se excusa y me acompaña a la cocina, desabrocha mi pantalón vaquero, me lo baja. No llevo bragas, hace mucho que dejé de usarlas, me quita las bolas, están empapadas. Se las lleva a la boca y las lame, cierra los ojos y saborea mis jugos, me besa en la boca. “Ponte bien los pantalones y ve poniendo la comida, a ver si largamos pronto a esta pelma, tengo ganas de ti”.
Durante la comida, animada charla de trabajo y de moda, sobre todo criticar la horterada de moda en el calzado y lo difícil que es encontrar bonitos zapatos de tacón, con la porquería de las plataformas y los taconazos antiestéticos de hoy en día. Qué nos va a contar a nosotras, que dos veces al año viajamos a Londres sólo para estos menesteres, además de nuestras ropitas de cuero, PVC y látex.
Terminamos, me ofrezco para servir el café y mientras voy fregando, las oigo hablar. La amiga comenta la suerte que tiene al tener una compañera en la casa como yo, tan solícita, amable y dispuesta, que ya le encantaría encontrar una así. ¡Ya quisiera ella, ah, si supiera…! Más tarde me uno a ellas. La amiga se marcha. Ella me dice que me siente en el sofá a su lado y le cuente cómo me ha ido la mañana. Yo le voy contando todo con el máximo detalle: el súper, la calle y sobre todo el mensajero con las rosas.
Mientras le cuento y nos reímos, me ha desabrochado la blusa y pasa su mano suavemente por mi pecho. “Me has puesto cachonda. Anda, desnúdate, ponte ese conjunto que tanto me gusta, que te deja el culo y las tetas al aire, trae un vibrador del set, prepara un plato con fresas y no te olvides de la nata”. Muy nerviosa, me desnudo, me meto en el ajustado conjunto de látex y preparo lo que me ha encargado.
Cuando vuelvo con todo, Ella se ha desnudado y me espera en el “sillón del psicólogo”, como yo le llamo. Me arrodillo ante Ella. Me incorpora y pasa su mano por mi pubis, nota los “pinchitos” de mi vello al crecer. Me manda al baño por los avíos de afeitar.
Traigo una palangana con agua, fría. Preparo la espuma, la navaja de afeitar y me tumbo en el suelo. Ella embadurna de espuma mi pubis, por todos sus rincones, toma la navaja y la pasa. Un respingo, la cuchilla araña un poco, hay poco que quitar.
Termina la labor. Con el agua retira los restos de espuma, coge un bote de alcohol y lo vierte directamente sobre el pubis. Me encojo, el escozor es muy fuerte. Vierte perfume sobre su mano y lo vuelve a frotar, más escozor. Pasa sus dedos para comprobar su trabajo, suavidad. Da una pequeña palmada sobre mi pubis y yo me arrodillo ante Ella. “Ya estás preparada, a merendar”, me dice. Moja una fresa en la nata y le da un mordisco, el resto me lo ofrece a mí. Me ordena que la bese y me la coma entera (a Ella).
Comienzo por los labios, bajo a sus hermosos pechos, llego a su entrepierna, la esquivo y sigo para abajo. Llego a sus pies y saboreo sus dedos uno tras otro. Primero un pie, luego otro, allí me entretengo un rato, le gusta.
Vuelvo a subir y llego a su depilado pubis y ahora sí que me lo como todo. Me centro en su clítoris, al momento me pide el vibrador y me lo introduce directamente en el culo. Jadea con fuerza y se corre intensamente, hoy está muy cachonda.
Me mete más profundamente el vibrador en mi culo, lo pone en marcha al máximo y lo deja dentro. “¿Te apetecen fresas con más sabor?”.
Sé lo que es, agacho mi cabeza. Coje una fresa y se la introduce en su vagina. Está encharcada. La saca y me la ofrece, la lamo y me la como. ¡Dios, qué sabor! El juego sigue un poco más, hasta que acabamos con las fresas.
“¿Tienes ganas de correrte, putita mía?”. Mi mirada al suelo, no digo nada, ¿para qué? “Pues si te portas bien y pasas mis pruebas, que hoy serán especialmente duras, sin quejarte y si todo está en orden, esta noche dormiremos juntas”. Un escalofrío me recorre. ¡Cuánto la deseo!
Me ordena que me desnude, traer el “set”, unas botas altas de charol y un corsé de cuero negro con correas en rojo. Cuando vuelvo, la ayudo a ponerse las botas y el corsé, ordeno todos nuestros juguetes sobre la mesa. Me ordena llevarle las cuerdas. Se las entrego y me arrodillo a sus pies. Me saca el vibrador del culo. Pasa las cuerdas por las argollas que, disimuladamente, penden del techo.
Me hace ponerme de pie y primero me ata las manos y los brazos a la espalda, con fuerza. Luego los pies. Me coloca un collar de cuero en el cuello. Me aprisiona los pechos, se comprimen y empiezan a tornarse rojos casi al momento, pasa la cuerda de los pechos por una de las argollas del collar, tira hacia abajo y la pasa justo por en medio de mi vagina, tira con fuerza y la pasa por una de las cuatro argollas del techo.
Toma las cuerdas que cuelgan del techo, una al collar, otra a los brazos y la tercera a los pies, pero pasándola antes por dentro de los muslos. Me venda los ojos y amordaza mi boca con un pañuelo. Engancha las cuatro cuerdas a un pequeño motor oculto tras las cortinas y aprieta el botón. Mis pies se contraen, se despegan del suelo y se pegan a mi culo. La segunda parte en elevarse son mis brazos.
De momento, comienzo a sentir presión en mi entrepierna, la cuerda se clava en mi vagina cada vez con más fuerza. Abro mucho la boca, me gotea la saliva y cojo aire con fuerza. Después el cuello. El collar no llega a estrangularme porque la cuerda que cruza por la argolla delantera lo nivela. Estoy un metro y medio por encima del suelo, casi boca abajo. Las cuerdas se clavan con fuerza, con saña. Menos mal que sólo peso 47 kilos.
La cuerda que pasa por mi vagina y aprisiona mis pechos es la que más me duele. Es casi insoportable. Pero aguanto. Siento calor en mi cabeza, la sangre empieza a fluir hacia ella. ¡Y estas babas que no paran de escaparse de mi boca! A Ella casi ni la siento, sólo su respiración. Sé lo que está haciendo. Está sentada admirando su obra.
Enciende un cigarrillo. Aspira el humo con tranquilidad. Suspira. Oigo cómo abandona el salón y vuelve al minuto. De repente, oigo saltar el flash de la cámara de fotos, una vez, otra, otra más… Le encanta inmortalizar sus obras. Otro día las veremos juntas, nos excitaremos y haremos el amor.
Ha pasado cerca de media hora cuando oigo apretar el botón del motor que me sostiene y lentamente voy bajando. Me poso en el suelo y retira las cuerdas que están atadas al techo. Me intenta incorporar, pero a mis piernas les cuesta estirarse.
Respiro con fuerza, lo nota y me retira el empapado pañuelo de la boca. Me desata los pies y poco a poco, con su ayuda, me pongo de pie. Me quita la venda de los ojos. Por un momento la miro a los ojos, me mira con ternura. Rápidamente los llevo al suelo y me fijo en mis pechos que tienen la piel muy estirada y se han tornado violetas, me duelen. Me desata los brazos, que lentamente vuelven a su color natural, las marcas de las cuerdas tardarán algo más en desaparecer.
Coje la cuerda que pasa por mi entrepierna y de un tirón la desaloja de su lugar. El dolor es casi insoportable y cierro los ojos con fuerza. Luego desata mis pechos y me los masajea con energía, para que fluya la sangre lo antes posible. Señala al suelo y me arrodillo rápidamente, beso sus botas, paso la lengua con devoción. Voy subiendo lentamente hasta que, cogiéndome por el collar, me incorpora.
Mete sus dedos en mi vagina, está empapada. Se lleva sus dedos a la boca, los chupa, los vuelve a meter y me los da a chupar a mí. Se acerca a la mesa, toma unas pinzas y me las coloca en los pezones, otras en mis labios vaginales y una de madera en mi lengua. Sabe que la de la lengua me disgusta, porque vuelve a escapárseme la saliva y me veo muy ridícula babeando.
Me apoya contra la mesa y comienza a azotar mi culo con su mano. Mientras, me pisa un pie con uno de los finos tacones de las botas. Se retira. Ahora el látigo de varias tiras: culo, pechos, pubis, muslos, vientre, espalda. Ni me quejo. Tras un buen rato, se acerca al jarrón de las rosas, las escurre. Pasa los tallos de las rosas por mi pecho y pequeñas marcas de arañazos aparecen al momento, presiona y siento los pinchazos.
Presiona algo más y noto como algunas espinas se clavan. Retira las rosas y hay pequeños puntitos en mis pechos, pronto los puntitos se convertirán en gotitas rojas.
Me da la vuelta y repite la operación en mi culo. En esta ocasión, al aplicar los tallos, se agacha y apoya el corsé de cuero sobre ellos para hacer más fuerza. Se me abraza y aprieta, siento los pinchazos más fuertemente. Se retira y de algunos de los pequeños puntitos brota un finísimo reguerillo de color púrpura. Me ordena abrirme de piernas y coloca el ramo en mi entrepierna. Me ordena cerrarlas con fuerza, las pinzas me protegen algo, pero siento el dolor de las espinas al pincharme. Las retira y mira, pasa su mano complacida. Suelta el ramo. Ahora, la fusta.
Comienza con mi culo, con suavidad al principio. La fuerza aumenta. Quiere saber hasta dónde puedo llegar. Más fuerte. Más fuerte. Está muy excitada. Me encojo más y más con cada golpe. Pero rápidamente vuelvo a mi posición. Otro golpe con todas sus fuerzas. Respiro con rapidez. Las primeras lágrimas se me escapan, pero quejido, ninguno. Me da la vuelta. Estoy frente a Ella. Golpea uno de mis pechos con fuerza. Más lágrimas. Me quita las pinzas metálicas a fustazos. El dolor es muy fuerte. Está supercachonda.
Finos hilillos de sangre aparecen donde se clavaron las espinas y marcas violáceas hacen su aparición. Éstas tardarán varios días en desaparecer. Me fijo en mi culo y también los finísimos reguerillos de sangre han aumentado, además de las líneas rojas con marcas violáceas en sus extremos. Luego mi vagina. Azota y azota, intentando quitar las pinzas.
Sólo una cede y caigo al suelo de rodillas por el dolor. Me incorporo lentamente, de momento no observo brotar mi rojo líquido de ella, las espinas no se clavaron, sólo pincharon. La otra pinza me la quita Ella, de un tirón y vuelvo a encogerme, ahogando el grito que subía por mi garganta.
Azota mi vientre, que se llena de inmediato de rojas líneas, mis pechos, mis muslos, mi vagina. Nunca me había castigado tanto y seguramente, quería saber dónde estaba mi límite. Todo mi cuerpo está lleno de marcas rojas, violetas y pequeñas gotas de sangre. Lanza el golpe más fuerte que nunca me dio, en todo el centro de mi vagina y caigo fulminada al suelo.
Las lágrimas corren por mis mejillas. No puedo levantarme, ha agotado mis fuerzas. Pero, eso sí, ni un quejido ha salido de mi boca, sólo babas. Suelta la fusta, me incorpora y me ayuda hasta llegar al sillón. Me quita la pinza de la boca que tanto me fastidia. Con el pañuelo la limpia de los restos de mi saliva y me besa en los labios. Sonríe con una ternura que nunca había visto en Ella.
Me abraza y vuelve a besarme con delicadeza en la boca. Nuestras lenguas se entrelazan y nos abrazamos con pasión. Se sienta a mi lado y me toma en brazos, yo me encojo sobre su pecho, me levanta el rostro y besa las lágrimas que corren por mis mejillas. Me abraza y me mece como a una niña pequeña.
Ella sonríe y una lágrima furtiva escapa de uno de sus ojos, está conmovida. Al rato, me toma de la mano y nos dirigimos al dormitorio. Se introduce en el cuarto de baño y empieza a llenar la bañera. Me mete en la bañera, que despide vapor y comienza a pasar la esponja por todo mi cuerpo. No decimos nada, absorbemos el momento. Ella me mira a los ojos mientras su mano lava las heridas. De vez en cuando doy un respingo al pasar la esponja por las marcas de mis pechos.
Cuando la esponja llega hasta mi entrepierna, cierro los ojos y aprieto los labios. Ella pasa su otra mano por mi mejilla y hace desaparecer el dolor. Salgo del baño y me seca delicadamente, con ternura. Me lleva hasta la cama, me tumba, se quita las botas, el corsé. Se tumba a mi lado. Nos miramos a los ojos. “Te quiero”, son las primeras palabras que le oigo desde que empezamos la escena. Yo, bajo la mirada.
Me besa la frente, los ojos, las mejillas, la boca, el cuello, pasa la lengua por cada puntito y cada línea que cruza mis pechos. Me da la vuelta y su lengua recorre los surcos y las diminutas heridas de mi culo, vuelve a darme la vuelta.
Toca con cuidado mi entrepierna y doy un respingo. Me abro de piernas. Ella se acomoda entre ellas y pasa su lengua por mi vagina. Me estremezco, suspiro. Su lengua pasa por mi clítoris y allí se queda, lamiéndolo. Una de sus manos está en el suyo y se masturba mientras me da placer.
Poco a poco el placer llega, primero con suavidad, luego con fuerza, mucha fuerza. Grito y grito de placer. Me contoneo, me encojo y sigo gritando. Me muerdo los labios. Ella va parando poco a poco de frotar con su lengua mi clítoris, hasta que para. Me encuentro extenuada, miro hacia Ella, me mira sonriente, apoyado su mentón sobre mi pubis, yo también le sonrío. Ella también ha orgasmado con fuerza, aunque ni me he dado cuenta.
Sube hasta mi altura y me besa en los labios. Su boca sabe a mí. No sé qué haría yo sin Ella y Ella igualmente no sabría qué hacer sin mí.
Nos necesitamos. En la cama, juntas, rendidas, mejilla con mejilla, pecho con pecho, vientre con vientre, pubis con pubis, las piernas entrelazadas.
Nos dormimos. Mañana recordaré cada momento cuando me mire al espejo.
Cuando mis dedos rocen mi castigado cuerpo. Cada marca, cada herida, cada roce me recordará a Ella y la sentiré más cerca, más dentro de mí. Esta noche no dormiré en el sótano, me he portado bien. Hoy no lo echaré de menos como en otras ocasiones, que soy yo quien provoca que me mande al sótano toda la noche, porque sé que al otro día nuestros juegos serán más intensos.
Me encanta nuestro sótano, su frío, el néctar que baja de vez en cuando por el tubo. Me siento desamparada en él, más entregada, más esclava, más suya y la siento a Ella más mía.
Pero hoy la deseaba demasiado y Ella me deseaba a mí. Hoy ha sido un día perfecto, como casi todos. Porque esta es mi vida. Nuestra vida.
Relato: José Luis Carranco
Ilustraciones: Domo